Briamel González Zambrano
El huracán Irma afilaba ya sus vientos y amenazaba con su tour por el Caribe y ahí había venezolanos preparándose para tratar de no perderlo todo en República Dominicana, en Puerto Rico, al sur del estado de La Florida. Los vimos recoger sus bártulos y correr por diferentes ciudades de Estados Unidos. Los vimos aterrados. Y uno, asustado con ellos. Confieso que la fulana Irma, con su nombre que me recordará siempre a una manicurista a domicilio, me hizo pensar y darme cuenta de tantos y tantos de mis afectos y conocidos que tengo viviendo en la geografía estadounidense. No pasó de un susto para muchos de ellos. Un susto que te pone a pensar, claro.
Cuando ha temblado en Chile, de inmediato he hablado con Piero, mi compañero de baile del cole: «Todo bien, mi negra», me dice. Y yo respiro.
Tembló en México a principios de septiembre y vimos a venezolanos declarando en los telediarios. Aterrorizados con el recuerdo de 1985. Ayer regresó ese fantasma, el mismo día 32 años después y con una fuerza de 7,1. Van 220 muertos. Mi teléfono no paraba de pitar, mostrándome imágenes, gritos y caídas de edificios. Recordándome a los grandes afectos que tengo en ese país. Amigos mexicanos que adoro, pero también, cómo no, compinches de mi infancia, del colegio en Puerto Ordaz, de la universidad en Caracas, de distintos trabajos. A casi todos los he visitado allí en Ciudad de México y en Veracruz y hemos reído, hablado como «El Chavo» y recordado a «Carrusel», a Cantiflas y a Capulina. Hemos cantado Juan Gabriel, Luis Miguel y Timbiriche. Todos esos amigos viviendo en el país de los cuates, han reconstruido sus vidas, reconvertido sus carreras profesionales, ahora dicen «platicar» y «depa» (así como yo digo «chaval», «tío» «flipa»). Todos se han reportado y están bien, aunque nerviosos y preocupados.
Esta revuelta de la naturaleza me ha hecho recordar que cuando yo era pequeña decían que a los colombianos se les encontraba en cualquier parte del mundo (debido a la migración producida por el conflicto armado y el narcotráfico). Que estaban regados por doquier y que hasta en Grecia te encontrabas una panadería con almojábanas. Ahora nos toca a nosotros, los venezolanos. Ahora te puedes comer una arepa en Moscú, hablar caraqueño en Oslo, encontrarte a un gocho pasando calor de 50 grados en Emiratos Árabes y a un oriental pasando frío en Calgary, o bebiendo un vino en Buenos Aires o bailando flamenco en Sydney. ¿Es la globalización, no? Eso y también que el gobierno venezolano se especializó en exportar nuestros sueños y nuestras vidas.
Lo ha dicho muy bien el escritor peruano-venezolano Luis Yslas en su cuenta de Twitter: «Los venezolanos estamos tan masivamente desperdigados por el mundo que cualquier alegría o calamidad es también un asunto nacional». Y es así. Quedo a la espera de las alegrías, que no hacen tanto ruido, pero que son muchas, serán muchas también.
Imaginate, estoy temblando, viví el terrible terremoto en Caracas en el 67 con cientos de muertos y mas de 2000 heridos y fue de 6,5 todavia no se me ha olvidado y he tardado años en olvidar aquel pavoroso ruido, recuerdo que se hizo un disco con el ruido y al reproducirlo temblaba todo en la casa y lo teníamos que apagar, era insoportable…Besos y salud
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