Briamel González Zambrano
En la librería “La Guaricha” se vendían sopas de letras, crucigramas, muñecas de trapo, variados juguetes de plástico, bisutería, material escolar, novelas y periódicos. Detrás del mostrador estuvo por varias décadas su dueño, mi tío Hildebrando Zambrano. Nadie lo conoce por ese nombre tan antiguo, formal y de calendario. En todo San Antonio de Capayacuar (estado Monagas) le dicen “el maestro Zambrano”, porque durante muchos años fue docente de la escuela de pueblo, donde empezó trabajando como bedel.
En mi familia ha sido venerado como ejemplo de esfuerzo, trabajo y dignidad. Se encargó de su madre y de sus cinco hermanos pequeños, cuando el padre irresponsable se fue “a por tabaco”, como se dice en España. Se casó con mi tía Hortensia y tuvo seis hijos, mis divertidos y queridos primos. También siguió siendo pilar de las decenas de nietos y bisnietos. Para todos ellos es “Papá Zambrano”.
Mis vacaciones decembrinas del colegio solía pasarlas en medio de la Zambranera. Me metía en la librería a verlo hablar con los clientes. Su voz carrasposa y pausada explicaba los titulares de los periódicos: “Hoy en ‘El Sol’ dicen que el gobernador y que va a venir por esta zona. Vamos a ver si es verdad”, “Navegantes del Magallanes tiene los puntos para ser campeón otra vez”. Los clientes lo escuchaban como si él fuese el narrador del telediario y yo me quedaba asombrada porque me parecía que era dueño de una sabiduría infinita. Yo estaba ahí dándole a mi plastilina, pero escuchándolo todo. Al final, uno es reportero o cotilla desde pequeño (como lo quieran ver, jaja). Me deleitaba el olor a tinta sobre el papel de los diarios, el mismo que me acompañaría tantos años después como parte de mi trabajo. Veía a mi tío cómo sacaba las cuentas mentalmente y daba el vuelto a los compradores. Yo observaba además la cajita de metal azul donde estaban todas las monedas de cinco y los billetes verdes con la cara bigotuda de José Antonio Páez. Era para mí como los baúles de tesoros que veía en los dibujos animados.
Una vez, ya más grande, mi tío me dijo que se iba a desayunar y que me encargara diez minutos de la librería. Me comentó los precios de cada cosa, me dio la calculadora y aquella caja que ya estaba escarapelada. Como era temprano, todo el que entraba quería sus periódicos. “Deme un Sol y un Nacional”, “Un Sol y un Tiempo, por favor”. “Un Sol y un Meridiano”, así hacía la gente sus pedidos y yo iba repartiendo, cobrando y dando las vueltas. Hasta que llegó un señor mayor y me preguntó que quién era yo: “zapatero a su zapato. Llámeme al maestro Zambrano. Él es quien me vende a mí las noticias”. Me sentó muy mal ese comentario. Le respondí que yo le podía vender lo que necesitara. El hombre respondió: “yo lo espero aquí a que termine. A mí me atiende el dueño”. En efecto, se quedó ahí con su cara de antipático, mientras yo contaba monedas y atendía a los demás. Volvió mi tío. Atendió al señor. Me dijo: “viejo sin manías, no es viejo. Tú tranquila, mija. Hay que saber llevar a los clientes”.
Muchos años después, trabajaba yo en el diario El Tiempo. Estaba en la redacción y me dijeron que en el departamento de distribución preguntaban por mí: “soy el distribuidor del periódico en Monagas. El maestro Zambrano me dijo que si venía por aquí preguntara por su sobrina. Que mi abuelo se negó a que usted le vendiera las noticias y ahora usted es quien las escribe”. Los dos reímos y le tuve que contar la historia con detalles.
A sus casi noventa años, mi tío Zambrano se ha ido ayer de este mundo, dejando un familión de duelo en distintas sitios del planeta y a mi madre como la única superviviente de sus hermanos. Yo recordé esta historia, y muchas otras. Doy gracias porque fue para mí lo más cercano a la figura de un abuelo. En la Nochevieja recordaré cómo siempre cada treinta y uno de diciembre ponía en un LP el poema “Las uvas del tiempo” para recordar a mi abuela, su madre. Le decíamos que era pavosísimo ese poema, que qué fastidio. Hasta que me enteré de que Andrés Eloy Blanco lo escribió en Madrid, pasando unas fiestas lejos de los suyos y dijo:
“Madre, esta noche se nos muere un año
En esta ciudad tan grande, todos están de fiesta;
Zambombas, serenatas, gritos, ¡ah, cómo gritan!;
Claro, como todos tienen a su madre cerca;
Yo estoy tan solo madre,
tan solo, pero miento que ojalá lo estuviera;
estoy con tu recuerdo, y el recuerdo es un año pasado
que se queda”.
Adiós tío Zam.
