Sin categoría

Test de nacionalidad venezolana

Briamel González Zambrano

Desde hace unos años se implementó una ley en España que incluye la realización de un examen tipo test entre los requisitos obligatorios para obtener la nacionalidad española. En la prueba hay preguntas sobre geografía, costumbres del país, las fiestas, los idiomas que se hablan, política, arte y cultura general.

Hice el examen en 2016 y recuerdo que cuando repasaba las preguntas, interrogaba a mis compañeros de trabajo. A ellos les parecía alucinante porque había muchas respuestas que desconocían. Una decía siempre: «Bria aprobará y yo, que soy de Madrid de toda la vida, no sacaré ni la mitad de la nota». Reíamos.

Les cuento esta anécdota porque noto que, de vez en cuando, se pone en tela de juicio la venezolanidad de quienes nos fuimos. Es algo recurrente e irritante. Sobre todo porque cada quien lleva y expresa a su país de una manera personal y como le apetece. No creo que nadie tenga la vara correcta para medir eso.

Cuando migras, puede cambiar tu acento, pueden cambiar las palabras que usas, tu habla cotidiana. Cambia (casi seguro) tu forma de vestir si te vas a un país con estaciones, cambia también tu percepción de casi todo.¿Y qué con eso? Al final, migrar es  también un viaje hacia ti mismo.

Resulta que esas transformaciones naturales y lógicas, no lo son tanto para cierta gente. Entonces es cuando escucho burlitas, chistes  o tonos socarrones si alguien celebra Halloween , el 4 de Julio o  el Día de Acción de Gracias  en Estados Unidos, o el Día de Muertos en México, o el Carnaval en Río, o las Fiestas del Pilar en España. La mayoría de quienes hemos llegado a un país nuevo queremos (y debemos) aprender de esas costumbres que nos son ajenas, comprenderlas, estudiarlas y adaptar a nuestra vida aquellas que nos gusten.

No tiene nada de malo participar. Vives en esa nueva sociedad y quieres formar parte de ella. Esto parece una perogrullada, pero hay que aclararlo a quienes piensan que dejas de ser venezolano por conjugar los verbos de otra manera, por vestir distinto, comer otras cosas y por analizar de forma crítica lo que pasa en Venezuela.

No hay que tener  una camiseta de la Vinotinto, ni escuchar cada día a Simón Díaz, no hay que hablar caraqueño rajao, ni bailar joropo para saber y sentir de dónde vienes. Cada uno es venezolano a su manera y ese es su derecho.

Creo que por mi fenotipo, nunca pararán de preguntarme de dónde soy y lo diré siempre: De Puerto Ordaz, estado Bolivar, Venezuela. Ahora España es mi casa y me gusta, la quiero y la respeto. No es incompatible. Lo incomprensible es que haya quien no lo entienda.

Sin categoría

Secuelas del miedo

                                                                                             «Sin seguridad no hay libertad»

Briamel González Zambrano

Me gusta pensar que he ganado libertad desde que me fui de Venezuela, que ya no temo a las calles solitarias y oscuras. Es cierto. Voy con el móvil por la calle y en el metro. Camino sola de madrugada por la ciudad y uso el transporte público a cualquier hora. A veces, si me apetece, utilizo ciertas prendas y relojes que en Caracas no podía sacar ni del cofre. No tengo miedo de que me puedan matar de un balazo para quitarme las zapatillas de deporte. Las únicas armas que he visto desde que vivo aquí son las de los cuerpos de seguridad del Estado y de ciertos vigilantes (y reconozco que me quedo mirándolas). Todo eso es verdad.

Hay una parte de mí, sin embargo, que lleva  cincelados el miedo, el terror, la violencia. Es un pedacito pequeño, sí, pero ahí está. Es inquietante.

Cuando voy en el coche y veo un motorizado, temo. Si coincido con él en un semáforo y se mete las manos a los bolsillos, pienso que puede sacar un revólver. Me ha pasado ya dos veces. Luego me río, pero es un trauma, desde luego.  El instinto de supervivencia trabajado durante años nos late.

Si en el mismo semáforo alguien pide dinero o quiere limpiar la luna del coche, cierro los seguros y acelero si puedo.

Mi pareja me riñe porque no me gusta pasear de noche por los parques. Lo hago casi como terapia de choque, pero voy con un pelín de miedo. Y él va tan tranquilo y me repite que no va a pasar nada.

A veces abro mi bolso y lo ausculto buscando la billetera, quiero asegurarme de que sigue allí, que nadie se la ha llevado.

Cuando hay fuegos artificiales por alguna festividad, yo tiendo a pensar que pueden ser disparos. Es absurdo, pero en la capital venezolana el sonido de las balas era cotidiano para mí.

Una compañera de trabajo llamó a la oficina hace años para decir que le habían robado la cámara, que estaba en la policía poniendo la denuncia. Yo estaba recién llegada a Madrid y la increpé: «¿Estás bien? ¿Cuántos eran? ¿Arma blanca o de fuego? ¿Alguna herida? ¿Fuiste al hospital?». Todos se rieron. Ella solo tuvo un descuido en el metro y alguien se llevó el aparato. Yo ya me había hecho la película venezolana.

Les cuento todo esto porque esta semana vi a una compañera de aventuras periodísticas que lleva menos de un año en España. Me dijo que aún no se siente capaz de utilizar el teléfono en la calle, que camina viendo para los lados siempre, que a las 7 de la tarde está en casa, que en el metro también permanece atenta.

Yo le digo que se le pasará, que el tiempo hace su trabajo y que todo se olvida, aunque siento que no sea del todo cierto. Sin embargo, deseo que ella y todo el que migre aprenda a saborear la libertad y sepamos todos aplastar los traumas del miedo que nos sembró nuestro violento país. Que aprendamos a ser libres, a cuidarnos razonablemente porque en todos lados hay delincuencia.

Merecemos  vivir sin terror.

Y, desde luego, también deseo que la inseguridad desaparezca en Venezuela y deje de impregnarlo todo. Soy consciente de que esto tomará años.

Sin categoría

Lo mejor de nosotros

 

Briamel González Zambrano

Nunca he soportado la viveza criolla venezolana. A ese que se cuela en la fila del banco, de un ministerio, al motorizado que se sube en la acera, al que no respeta los espacios públicos. A ese que trafica con papeles, con gestiones y con dinero público. A ese que le dice a un fiscal o a un policía: “¿Cómo hacemos para arreglar esto?” con el fin de evitar una multa o una detención y a sabiendas de que cometió una infracción. Al guardia de la alcabala  de carretera que te chantajea, mira tu automóvil y te dice: “Dame algo pal refresco”. A esos uniformados que están en el aeropuerto de Maiquetía como buitres hambrientos. Comentan: “¡Qué tablet tan bonita! ¿Y ese iphone es último modelo?”. Y el pasajero temblando antes de pasar los controles,  enfrentando  la posibilidad de tener que darle de gratis un bien que fue fruto de su esfuerzo.

 “Ese es tu problema”, me dijeron alguna vez cuando aún vivía en Venezuela: “No te quieres dar cuenta de que las cosas funcionan así aquí y punto. No vas a cambiar el mundo. Y así hemos vivido aquí y punto. Es una cuestión de supervivencia”.  A lo mejor aquella persona tenía razón. A lo mejor, en buena medida, por eso me fui.  Aquí en España la viveza tiene su versión propia llamada “La Picaresca”. Tampoco la aguanto, aunque es menos frecuente de lo que los propios españoles creen. Es ese que piensa que puede regatear en servicios que tienen un coste determinado, que trapichea con cosas menudas, que le encanta engañar a los organismos del Estado y  que disfruta si mete gato por liebre.

Ahora que somos millones de migrantes venezolanos por el mundo, no exportemos esa “viveza”. No repliquemos ese modelo que tanto daño nos ha hecho y que también nos heredó esta situación de debacle-país tan horrible. Escucho relatos de  estafas inmobiliarias, monetarias  o de franquicias cometidas por venezolanos y me entra ira. Desde luego, no son una mayoría, pero me gustaría no oírlas nunca más.  Por esto pido la mejor versión de nosotros mismos.

Seamos ciudadanos cumplidos y de bien. Seamos ese que ayuda, que hace su trabajo bien, que se le reconoce por su profesionalidad y su integración. Seamos ese con quien la gente empatiza cuando ocurre algo en Venezuela. Seamos ese que se interesa por la realidad social, histórica y política del país al que llegó. Seamos ese que trabaja con tesón para salir adelante sin dañar a otros, sin colarnos el fila, sin  creernos más que nadie.

 

Sin categoría

Fachadas

«No hay tierra como la tierra de tu infancia».Michael Powell
«La verdadera patria del hombre es la infancia». Rainer María Rilke.
«A veces me escribe la infancia/
una tarjeta postal
¿Te acuerdas?» 
Michael Krüger 
Briamel González Zambrano

El fin de semana me llegó al móvil la foto de la fachada de una casa. El remitente solo dijo en el grupo de amigos del colegio: «Quise compartirla con ustedes». No escribió nada más. Él sabía lo certero de aquel mensaje. Es la casa de su infancia. Ahora luce con maleza, las paredes desconchadas, cerrada, con la rejería descolocada, algo derruida, acusa abandono. Estoy segura de que a todos los destinatarios nos sorprendió verla así, como parte de una escena apocalíptica. 

 

Aquella quinta con nombre de fría ciudad italiana está en mi natal Puerto Ordaz, una de las urbes más calientes de Venezuela. Allí estuve en cumpleaños, barbacoas, viendo partidos de fútbol, estudiando con cuadernos, enciclopedias, diccionarios de Latín, con el libro amarillo de Historia Universal firmado por  Aureo Yépez Castillo, con el libro negro de Biología de Serafín Mazparrote y siempre sobre la mesa había vasos metálicos llenos de Nestea o de Toddy. Muy cerca un mueble con portarretratos con fotos de los hijos. Los padres  pasaban verificando que de verdad estábamos repasando. 

 

En una fracción de segundos recordé todo eso. Al padre italiano siempre de punta en blanco, con su acento y sonrisa muy marcados. A la madre guara de voz suave, solícita, cariñosa. Recordé el salón, los cuadros y que cuando estuve en Italia por primera vez pensé en aquella vivienda. También rememoré una llamada a mi móvil en plena madrugada hecha desde esa casa en el año 2001: «¡Soltaron al carajito, negra! ¡Lo soltaron! ¡Es libre!». Mi amigo me avisaba que habían liberado a su hermano pequeño, luego de un secuestro que tuvo en jaque a la policía  durante varios días. Aquello se resolvió porque la familia pagó el rescate sin decir nada a las autoridades, pese a que los tenían instalados en su hogar y con sus teléfonos intervenidos. 

Respondí al mensaje de la foto: «¡Qué recuerdos! ¿Quién vive allí ahora?». La respuesta de mi amigo Gianca (que vive en Panamá) fue: «Nadie. Mi familia la vendió hace años y quienes la compraron nunca han estado. La abandonaron». Entonces pensé en las casas del resto del grupo, en sus nombres con letras de bronce pegados a la pared principal, pensé en la de mis padres: La Gonzalera. 

Evoqué  también en esa sensación pesada de estar en el Ortiz de «Casas Muertas» que a veces da al volver al lugar de origen, después de años sin vivir allí.  Seguramente usted, estimado lector, puede hacer lo mismo. Cerrar los ojos y ver la casa donde creció, recordar cómo era, su ubicación, sus muebles y si todavía sigue en pie, si aún la visita o queda algún familiar viviendo en ella. Si la vendieron, pensará quien vivirá allí y si la disfruta y es feliz. Si está alquilada o vacía, a la espera de que en Venezuela haya un mercado inmobiliario razonable para venderla. 

Los sitios de la infancia no permanecen físicamente para siempre. Eso lo sabemos todos. Sin embargo, hay quienes sentimos que nos robaron la posibilidad de visitarlos cuando nos apetezca, de ver a los vecinos y algún imprudente te diga que has aumentado de peso o de que te vas a quedar para vestir santos, de pasear por los parques, de ver a las tías cada domingo, o de que los hijos crezcan con primos o padrinos cerca, de que esos niños sepan lo que es una mata de mango porque se subieron a ella y que visiten a los abuelos sin Skype de por medio. Eso nos lo arrebataron de cuajo a algunos. Siempre trato de no quejarme de ello, de agradecer donde estoy y la vida que tengo. Sin embargo, la foto de esta fachada me ha dejado tan pensativa que no pude evitar hacer esta reflexión. 

Ya no hay domingos familiares porque los hijos estamos en diferentes países o ciudades, ya no hay vecinos porque muchos también se han marchado, ya no hay parques porque toca encierro, porque la inseguridad mata y lo hace cada día. No hay: «Inventemos una parrilla este domingo que hay béisbol, fútbol, elecciones o porque ha nacido un bebé», porque comprar carne es casi de millonarios. Ya no hay visitas desde Caracas a Puerto Ordaz porque no quedan casi vuelos, ni repuestos para el coche, ni carreteras seguras. Ya no hay invitaciones para tomar café porque ese es un producto escaso, como el papel del baño, como  los medicamentos, los alimentos, las servilletas, como casi todo. Escribo esto y no desvelo nada. Todo es conocido, pero tenía que decirlo otra vez. Esa fachada, la de quinta Firenze, me habló, me dijo cosas, me llevó a lugares y por eso lo he querido contar. 

El periodista canario Juan Cruz dice que los seres humanos: «Somos nuestra infancia, lo primero que se aprende es lo último que se olvida, según se pierden los recuerdos uno se despide de sí mismo».  Así que conservemos nuestros recuerdos tanto como podamos. Que esta devastación tan horrorosa no nos los quite. 

Muchas de las casas en Venezuela están clausuradas o muy deterioradas por la situación actual del país.
Esta foto es en Puerto Ordaz.
Sin categoría

Los que más crecen, los que más piden

Briamel González Zambrano

El diario ABC publicó esta semana una nota según la cual la comunidad venezolana es la colonia extranjera que más crece en Madrid. Estamos en casi todos los barrios, en todas las escalas sociales y ocupamos cargos en diversas industrias. Casualmente, en estos días estuve con una persona de Cáritas, la rama de la iglesia católica que trabaja con los más excluidos y  me dijo: «Los venezolanos son los extranjeros que más acuden a nuestras sedes para pedir comida, ropa y trabajo en España». Yo me quedé pensativa. Estuve cavilando sobre el tema, sobre este desembarco que no cesa, imaginando las caras que hay detrás de todos esos números: Mis paisanos.

Retrocedí también a mi vida en mi natal Puerto Ordaz. Una ciudad planificada y repleta de inmigrantes. Allí crecí viendo cómo mis amigos, hijos de colombianos, se ayudaban con otros colombianos, lo mismo pasaba con españoles, portugueses, italianos, chilenos, peruanos, bolivianos, libaneses y griegos. La lista de las aulas de mi colegio era una retahíla de González, García y Pérez mezclados con apellidos venidos desde todas partes, a veces impronunciables . Los vi ayudarse, tener sus clubes, hermandades, celebrar las fiestas y hacer las recetas de los países de origen, mezclar su sangre y su vidas con venezolanos, crecer.

Ahora estamos nosotros los venezolanos en esta tesitura. Somos los que más crecemos en número y también los que más pedimos a la beneficencia. Es lógico. Se está huyendo. A la luz de lo acontecido esta semana, la violencia del gobierno aterroriza, espanta y hay quien sale corriendo con lo puesto. Tenemos un gobierno que asesina en directo, que involucra grupos paramilitares en operativos en los que trabajan los Cuerpos de Seguridad del Estado. Esto nadie lo explica. Una periodista pregunta qué ha pasado y llama a la reflexión en la tele y la echan de su trabajo, luego de 17 años de servicio. Aprovecho para presentar mis respetos para Alba Cecilia Mujica, una periodista que ha sido guía y formadora de varias generaciones.

Hay semanas así. En que Venezuela es un aliento contenido, una herida con la carne enrojecida y que no se cierra. Es una metralla de acontecimientos desafortunados que te golpean. Mientras tanto, las cifras nos hablan por sí solas. Un país con un goteo indetenible de personas que huyen y otra parte de su población que resiste, que lucha, que sobrevive allí. Ambos grupos con el corazón en un puño, soñando que todo cambie, que todo mejore, que termine la pesadilla.

Sin categoría

Los retornados

«Me voy para volver.
Vuelvo para irme.
 Y así he vivido.
Sin acabar de irme.
Sin poder quedarme.
Sin saber por qué»

Fernando Vallejo

Briamel González Zambrano

 

Miles de inmigrantes desembarcaron en La Guaira sin saber a dónde habían llegado

Me conmueven mucho siempre las historias de los inmigrantes que pasaron décadas en Venezuela y ahora han vuelto a sus países de origen debido a la situación actual. De verdad se me saltan las lágrimas al escucharlos hablar con profundo amor de aquel país que los recibió y cobijó por décadas.  Quieren, añoran y sueñan con ese lugar que, para mí ya no existe, ya no es.

Siempre que tropiezo con alguno de ellos los entrevisto, les pregunto sobre su llegada allí, sobre lo que hicieron, lo que construyeron y lo que vivieron. Les pido que me cuenten cómo conocieron a su pareja, si criaron a sus hijos con las costumbres del lugar de origen, si volvieron de visita a sus casas. Me relatan esos desembarcos en La Guaira, ese clima tropical que desconocían, ese sol picante que les hizo brotar más pecas y ese mar Caribe caliente. Adoptaron a un equipo de béisbol local, casi siempre a Los Tiburones de La Guaira. Se hicieron amigos de sus paisanos, construyeron su empresa: un taller mecánico, un supermercado, un vivero, un restaurante, un comercio de cualquier ramo en medio de un país pujante, boyante y vibrante.

Ahora vuelven a su terruño en  Europa (Italia, España y Portugal principalmente) y en otros países de América Latina (Chile, Ecuador, Perú, Colombia) con la desazón de dejar atrás aquello que construyeron con tanto sudor. Vuelven tristes, apretando su lata de galletas llena de fotos sepia de cuando eran jóvenes e inexpertos. Sin ganas de usar el abrigo, viendo siempre las noticias de Venezuela. Sin entender la política de su país de origen. Se deprimen, pero se sobreponen por sus hijos, por sus nietos. Sus miradas se humedecen en cuanto les pregunto por sus años en la Venezuela del pasado, la que ellos disfrutaron.

«Todo era alegría y calor. Nunca aprendí a bailar, pero lo hacía con los ojos,  al ver a los venezolanos. Me fui de Galicia siendo una adolescente. Todos los días pienso en Venezuela. Pasé 52 años años allí antes de volver a España. Cin-cuen-ta y dosss. Así que ¿quién es más venezolana, tú o yo, carajita?», me dijo una gallega con sonrisa tristona, su acento marcado y mirándome a ojos.

Abrazo a  todos los padres de mis amigos inmigrantes que vivieron en Venezuela, a todos mis panas que ahora vuelven a las tierras de sus abuelos para hacer lo mismo que ellos, buscar un futuro. Esta vida cíclica de ida y vuelta nos está enseñando mucho a todos. Sigamos aprendiendo y oigamos las historias de aquellos que fueron a nuestro país, siempre tienen algo bueno para contarnos.

PS:  Mi recomendación de la semana es que escuchen este programa de Radio Ambulante. Hablan los periodistas Sinar Alvarado y María Gabriela Méndez sobre migración venezolana , el país que fue, cómo es irse, cómo es regresar.  Denle al play: Radio Ambulante: Boom y colapso.

 

Sin categoría

Razones para creer

Briamel González Zambrano

Tengo una visión muy pesimista sobre Venezuela y su posible salida de la crisis económica, política y social. Creo que se puede conseguir, pero que es un proceso largo y tan complejo que llevará mucho tiempo. Tanto, que no creo que yo lo llegue a ver. Seguramente lo harán mis descendientes.

Siempre he pensado que nuestro problema como nación, y también la solución, radica en nosotros. Me refiero a nosotros los venezolanos como ciudadanos, como personas que conciben un país distinto, mejor. No me interesan los paisajes, ni las playas, ni las montañas como argumentos para tener un buen país. Sobre todo porque nada de eso lo ha hecho ningún venezolano. Estaban ahí desde antes.

 

Más allá del chavismo y del madurismo está la gente. Está ese que se colea cada vez que puede, que pasa el semáforo en rojo siempre, que toca la corneta e insulta en un atasco. Prolifera el que ve siempre la manera de convertir un trámite en una mafia para sacar un beneficio económico: trapicheo de medicamentos, de comida, de pasaportes, de partidas de nacimiento, de artículos de aseo personal. Está el que lanza la basura en la playa, en las plazas, en el metro porque ¿total? los espacios públicos no son nadie. Ignoran que son de todos. Están los funcionarios públicos que se van acostumbrando a trabajar uno o dos días a la semana y cobrar el mismo sueldo que devengaban cuando tenían su horario completo. Está eso llamado “viveza criolla” que, por cierto,  aquí tiene su versión española llamada “picaresca”.  Finalmente es un tema de educación que demorará mucho en reconducirse.

Pese a todo lo anterior, tengo que decir que no me siento a gusto teniendo esta percepción. Aunque me parezca muy realista y la sienta desde antes de haberme ido del país. No me gusta pensar que Venezuela se ha convertido en presa de esos protagonistas, los “vivitos criollos” , los pillos, los malandrines, los sifrinos ladrones, los bolichicos. Más que nada porque, como todo, tiene también un “lado B”. Es decir, hay una versión del venezolano cumplidor, trabajador, respetuoso, educado, responsable, emprendedor. Quizá hace menos ruido que los otros, pero está ahí con sus latidos, con su invención, con sus ganas de que la pesadilla acabe.

Creo en la fuerza de los pequeños emprendedores y artesanos como Iraida, la autora de esta muñeca que tengo en Madrid

Laureano Márquez repite insistentemente que aquél es el país de Uslar Prieti, Andrés Bello, Jacinto Convit, Francisco de Miranda, Teresa de la Parra, Lucila Palacios, Teresa Carreño. El país de quienes hicieron el puente sobre el lago de Maracaibo, la represa de Guri, el teleférico de Mérida, la Universidad Central de Venezuela. Dice que cómo vamos a perder la esperanza teniendo estos antecedentes. Sin embargo, esta retahíla me es insuficiente porque me resulta lejana. Así que decidí buscar mis propias razones para creer…Honestamente he encontrado muchas y aquí se las comparto como un pequeño bálsamo:

  • Los médicos y el personal sanitario. Siguen en pie de lucha en hospitales donde no hay ni algodón. Arriesgando sus vidas por los temas de bandas violentas que llegan tiroteando. Los galenos que siguen enseñando en los hospitales universitarios. Viendo a sus pacientes desnutridos y sin medicamentos. A todos ellos un aplauso.
  • Las madres. Su fuerza, su empuje y su entrega mueven a tanta gente. Las madres venezolanas de todos los estratos. Son tenaces, insistentes, corajudas. Hacen colas tremendas para los alimentos, las medicinas, los pañales de sus hijos. No les importa pasar hambre con tal de que sus hijos sí coman. Las madres en todos sus colores, en todas las clases sociales están ahí en las trincheras de la lucha diaria. Las madres, siempre las madres. Los abuelos que,pese al pésimo internet, hacen todo para ver  a través de una camarita a sus nietos que viven lejos. (Este punto lo tenía pensado y lo olvidé al escribir esta entrada. Me lo ha sugerido, cómo no, Ariana Arteaga Quintero).
  • Las Organizaciones No Gubernamentales. Los que se dedican a buscar medicinas, a ayudar a pacientes oncológicos, con VIH, con diabetes, con todo tipos de enfermedades crónicas. A quienes pasan sus días asesorando a familias víctimas de la violencia social y política. A los que ayudan a las madres adolescentes,  a los indígenas, a las adictos y a los indigentes.
  • Los maestros. Con sueldos vergonzosamente bajos. Con pizarras, programas educativos y técnicas caducas, pero con toda la ilusión de formar a sus alumnos. Los he visto. Tengo familia y amigos docentes. Su fe es inquebrantable.
  • Los periodistas que siguen en el país. A pesar de los salarios devaluados, a pesar de las condiciones durísimas para obtener la información, a pesar de lo peligroso que es ejercer, continúan viviendo y trabajando en Venezuela. Buscando datos, fundado nuevos medios digitales, actualizándose. Dándolo todo.

 

Creo en mis amig@s en Caracas que resisten, que hacen cosas increíbles por la ciudad, por los demás.
  • Ciertos jóvenes políticos cuyos discursos erizan la piel y a quienes no les ves los vicios de la vieja política. Dejan sus años, su esfuerzo y su salud en cada cita electoral, en cada acto. Ojalá les merezca la pena.
  • Las editoriales. He visto desde lejos el nacimiento de varias casas editoriales en un país donde no hay papel para los periódicos ni para nada. Siguen creyendo en la literatura y en los escritores. Organizan ferias del libro y actividades culturales extraordinarias.
  • Los artistas plásticos, creadores, músicos, humoristas y también los pertenecientes a nuestra menguada farándula. Ahora hacen teatro y recorren las grandes salas de colegios del país y llevan entretenimiento a quienes pueden pagar la entrada. Mi hermana, por ejemplo, es cantante de ópera y no para.
  • Las grandes empresas que resisten la inflación y todo el desastre económico. Esas empresas que son referencias del país por  trasladar valores a sus empleados.  No diré el nombre de ninguna, pero usted puede imaginar cuáles son.

 

Creo en la generosidad de mis amigos del colegio en Puerto Ordaz que, a pesar de habernos graduado hace muchos años, se ayudan todo el tiempo.
  • Los que recorren el país para mostrar sus maravillas naturales en la tv, en la radio, en la prensa y que luchan para que no se desvanezca el turismo en un país lleno de escenarios extraordinarios, pero asaltado por delincuentes y estafadores. Un país petrolero donde las carreteras está rotas y donde te pueden robar, el parque automotor de autobuses está deteriorado, los vuelos nacionales e internacionales están reducidos. La gente que quiere preservar el turismo merece también un aplauso. Por su empuje, por sus ganas, por su pasión.
  • Los productores agropecuarios. Siembran, siembran y siembran en condiciones tan adversas, con márgenes de ganancia ínfimos, con todo en contra. Allí siguen buscando en las extrañas de la tierra lo que pueden ofrecer.

 

  • Todas las personas anónimas que están reconvirtiéndose y resistiendo en el país. Que son emprendedores y están haciendo camisetas, bisutería, repostería, artesanía, comida, flores y muchos productos hechos a mano y de mucha calidad.

 

  • Los profesionales que ahora tienen hasta tres trabajos para poder alimentar a su familia. Ingenieros que al salir de la empresa hacen tortas en su casa y venden helados. Profesores que son taxistas al salir de dar clases , abogados que van de los tribunales a su venta de arepas. Todo al mismo todo. Buscándose la vida.

 

  • Los estudiantes. No hay mucho que explicar sobre ellos. Arriesgaron sus vidas ante un gobierno que les mostró sus dientes y sus armas.
  • Los intelectuales que allí siguen. A lo mejor su labor no se siente, pero sé de muchos que están permanentemente pensando en una transición y en lo que harán para colaborar cuando ese momento llegue. Ellos están pensando el país del futuro. Están tramando ideas para verlo resurgir. Están escribiendo y creando, siempre.

 

  • La fuerza y las ganas de quienes nos fuimos. A lo mejor muchos no volvemos, pero ofreceremos nuestro talento (si es que contamos con alguno) y nuestras herramientas para hacer cosas por la reconstrucción del país. Eso será así, desde donde estemos. Es un pequeño acto de fe. Es así.
Estas son mis razones. Me gustaría conocer las suyas, si las tienen.

 

¡Gracias!
PS: Mi lectura recomendada de esta semana es -> «No hay olvido posible cuando el país que dejas te persigue»

Sin categoría

Patty Cardozo: “Quiero cambiar el paradigma de sufrimiento del inmigrante»

Patty Cardozo durante su charla «Tu vida en una maleta en Madrid»

Briamel González Zambrano


Patty Cardozo llegó a España en el año 2013. Nació en Valencia (Carabobo) y vivió en Barquisimeto. Era propietaria de una agencia de viajes en la capital carabobeña. Se marchó a tierras ibéricas junto con su marido con la idea de estudiar un postgrado y regresar a Venezuela, pero nunca utilizaron el billete de vuelta. Patty hizo un máster de Coaching en Zaragoza, donde reside. El tema de su proyecto final académico fue sobre cómo asesorar a los inmigrantes y lo llamo “Migracoaching”.  La tesis obtuvo mención honorífica y una editorial aragonesa le ofreció escribir un libro sobre coaching y empezar de cero, aplicado a emprendedores y a migrantes. De ahí surgió “Tu vida en una maleta”, un texto donde relata, a través de las emociones, todo lo que pasa durante el proceso de irse a otro país.

Con Patty Cardozo antes de la entrevista en Madrid

Cardozo, de treinta y tres años,  hoy cuenta con doce mil quinientos seguidores en su cuenta Instagram que abrió en enero pasado. En esa red social brinda apoyo a quienes consultan sobre qué hacer con lo que sienten al abandonar su país.  Les aconseja sobre la transformación de las emociones y cómo enfrentar la nueva vida en un destino distinto. Patty ha convertido el migracoaching en su modo de vida. Dicta charlas en diferentes ciudades españolas y brinda asesoría en persona y a través de skype. Nos encontramos en su más reciente visita a Madrid para hablar de su proyecto.

Ataviada con minifalda de cuero, tacones brillantes, una camiseta blanca y  peinada de peluquería me esperaba en la antesala de un hotel de Malasaña.  Allí ofrecería su charla “Mi vida en una maleta” una hora después de conversar conmigo. Nos sentamos en un sofá y el público que acudía a verla no paraba de llegar y saludarla con afecto. Ella me pidió disculpas por las interrupciones y se levantó varias veces a dar abrazos y preguntar los nombres de los asistentes. A varios les confesó: “¡Sí, claro que me acuerdo de tu caso, naguará!”.

.- ¿Por qué pensaste que el coaching para inmigrantes como tesis para tu máster?

.- Un día escribí un artículo que se llama “Qué se siente al migrar”. Se hizo viral. Incluso artistas de la farándula venezolana lo postearon en sus redes como si fuera suyo. Digamos que hubo varios plagios o gente que no me dio el crédito (ríe suavemente). Sentí un impulso por el auge de ese texto y todas las preguntas que me llegaron a raíz de haberlo escrito. Entonces decidí hacer la tesis de eso, luego vino el libro y ahora mis sesiones de migracoaching, mis charlas y muchos planes.

.- ¿Cómo son las sesiones de migracoaching?

.- Las hago en persona y también vía skype para personas que se han ido o están por irse de su país. Me plantean su problema, sus dudas, sus sentimientos y yo les doy mi feedback y hacemos juntos el plan de acción para conseguir metas. Casi siempre trabajamos los miedos, las incertidumbres, el apego, las herramientas para empezar de cero.

.-¿Cuál es la consulta más descabellada que te han hecho?

.-Una chica se quería ir del país y su novio no. Él le propuso matrimonio. Ella quería que le dijera si abandonarlo o si quedarse con él. La respuesta estaba en sus manos, no en las mías. No soy nadie para meterme en eso.

.- Te confieso que mi proceso migratorio fue muy fácil emocionalmente porque tengo a casi todo mi grupo de amigos de la universidad aquí en Madrid y la mayoría llegó antes que yo. Por lo tanto, tuve su respaldo y nunca me sentí  ni sola, ni perdida, ni con miedo,  ni con todos esos sentimientos de nostalgia y llorantina que te comentan en tus redes. De hecho, me resulta bastante ajeno todo ese apego por un país que creo que ya no existe. No es que no lo quiera ni que no lo piense,  ni que no desee que todo mejore, entiéndeme. Es que tengo claro lo que era, lo que fue y lo que no es ahora.  Sin embargo, leo las consultas que te hacen y lo encuentro natural. La nostalgia, el dolor por la familia, los apegos…

.- Qué suerte tienes de haber tenido un proceso así, pero no es la realidad de todo el mundo. En la mayoría de los casos hay mucho dolor y mucho apego. Yo quiero cambiar ese paradigma de sufrimiento del inmigrante. No tiene que ser visto como un drama. Se tienen que trabajar los sentimientos, las metas, lo que se quiere conseguir, se tiene que ver hacia adelante. Es normal sentir nostalgia de paisajes, de algunas cosas materiales y sobre todo de personas, de los afectos, pero si has tomado la decisión de irte, hay que asumirla con valentía, con ilusión, con entereza. Tener planes, luchar mucho. La vida que tuviste en Venezuela es parte de lo que eres y nadie te lo va a quitar, pero se acabó y empiezas en otro lugar, con todas tus fortalezas y tus debilidades. Hay que ver las oportunidades, buscarlas siempre.

Creo que es muy válida la nostalgia, cómo no. Sin embargo, el llanto constante es lo que no puede ser. Te has ido, ahora a trabajar para conseguir lo que quieres. Si no tienes la fuerza económica, búscala. Si no conoces a nadie, inscríbete en actividades gratuitas, hazte voluntario, hay muchas organizaciones que necesitan gente. La Cruz Roja, por ejemplo, es un buen lugar. Hay que pensar que llorando, estás perdiendo una oportunidad de crecer, de expandirte en muchos sentidos.

.- Creo que esa nostalgia del venezolano es universal de cualquier migrante, pero también tiene que ver con que estamos estrenándonos en esto de ser inmigrantes.  Antes la gente se iba a estudiar y volvía. Fuimos un país receptor de inmigrantes durante décadas y ahora nos ha tocado…

.-Exacto. Es un proceso inédito y eso conlleva un aprendizaje. Estamos aprendiendo todos sobre la marcha. Aprendemos sobre lo que significa dejarlo todo atrás y recomenzar. Eso no tiene por qué ser terrible. Insisto en que hay que trabajar y ver las oportunidades en medio de lo adverso y difícil. Hay que sacar las herramientas. Poner en práctica la paciencia, el entusiasmo y la confianza. Hay gente que me escribe: “Esto es desesperante. No encuentro trabajo”. Y le pregunto: “¿Hace cuánto llegaste?”. Me responde: “Hace dos semanas” (risas). Hay que tener constancia, equilibrio y paciencia.  Mi historia personal no fue un camino de rosas. No es que me estaban esperando en Zaragoza para ponerme una alfombra roja. Cada quién tiene que trabajar por lo que quiere y hacerlo intensamente.

 

.- ¿Cuál es tu recomendación general más recurrente a los venezolanos que se van?

.- Que dejemos atrás las malas mañas, la viveza. Que sean agradecidos. Que se olviden del “yo tenía, yo era” y que recomiencen y se reinventen. Que aprendan a soltar y a deslastrarse de lo que fueron.  Que migrar es un viaje por todas las emociones y hay que vivirlo.

.- ¿Cuáles son tus próximos planes?

.- Seguir dando charlas por toda España y ojalá en otros países. Continuar con mis sesiones de coaching tanto personales como en skype. Hice del migracoaching mi modo de vida y lo pienso mantener. Me hace feliz, me gusta y me da muchas satisfacciones.

Coordenadas:
Sin categoría

Daniela Páez: Vivir conectando a los venezolanos en España

Daniela Páez solo tiene un año en Madrid y ya cuenta con 63.000 seguidores
Briamel González Zambrano

Daniela Páez es una caraqueña nieta de españoles que nunca se sacó el pasaporte europeo. Cuando cumplió 21 años perdió la opción de obtener la nacionalidad de sus abuelos a través de la Ley de Memoria Histórica. Tenía 28 años cuando decidió que se iría de Venezuela y empezó a informarse de las posibilidades de obtener una documentación que le permitiera vivir en España. Ese proceso de investigación la llevó a infinidad de páginas web y a bufetes de abogados que no la orientaban bien, y en el consulado español de Caracas sintió que le daban la espalda. Esta falta de información clara y precisa la llevó a crear la cuenta de Instagram llamada “Venezolanos en España” en junio de 2015, justo un año antes de migrar a tierras ibéricas.

En la red social comentaba todos sus trámites, sus tropiezos y sus aciertos, que han sido muchos. La comunidad empezó a crecer y a día de hoy suman 63.000 seguidores que cada día le consultan sobre oportunidades de trabajo, cómo buscar vivienda, cómo acceder a servicios sociales y, en definitiva, cómo es la vida en España. Daniela pasa entre tres y cuatro horas cada día contestando estas preguntas y ayudando a los compatriotas sin ningún ánimo de lucro.

Páez, ingeniero de profesión, desarrolló su carrera en Venezuela en el área del marketing digital. Tenía un buen trabajo, coche y había comprado su casa junto a su novio. Aterrizó en Madrid en julio de 2016. Nos encontramos en su oficina para hablar de su experiencia manejando las redes y asesorando a los inmigrantes.

Una de las imágenes que diseña Daniela en «Venezolanos en España»

.- Sé que la pregunta es una obviedad, pero cada caso es diferente. ¿Por qué te fuiste de Venezuela?

.-No podía ni siquiera ponerle las rejas a mi casa que estaba para estrenar, no teníamos cómo amueblarla. Teníamos buenos trabajos, pero no había cemento ni cabillas, y cuando había los precios eran impagables. Eso me frustró mucho. La gota que colmó el vaso fue que vi desde mi carro cómo atracaban a un señor con pistola a la una de la tarde y me puse a temblar. Decidí que no podía seguir viviendo así.

.-¿Ha sido muy complicado para ti volver a empezar y conseguir la documentación?

.-Apenas tengo un año y pocos meses en España, pero a todo lo veo su lado positivo y sus enseñanzas. Yo metí currículos antes de venirme y tuve entrevistas desde Caracas. Cuando llegué conseguí empleo. Tuve tres trabajos a la vez y ahora soy autónoma (freelance). Lo de los papeles sigue siendo un parto. Mi madre, que es hija de españoles, se vino y obtuvo su pasaporte español. Yo hice una solicitud de “arraigo por situaciones excepcionales”, pero fue muy difícil averiguar cuál era el trámite exacto que mi hermano y yo teníamos que hacer para estar legales, por eso decidí ayudar a través de la cuenta de Instagram, porque no encontraba cómo informarme. Luego abrí el Facebook y hace poco el Twitter. Estamos trabajando en la web y eso viene pronto. Vi que había medios de comunicación dirigidos al público venezolano, pero no redes sociales que unificaran las dudas. Ahora hay más, algunas son compradas (que no es mi caso) y otras tienen detrás un trabajo de hormiguita, como la mía.

.-¿Cuáles son las consultas que más se repiten?

.- Las consultas que más se repiten están relacionadas con oportunidades de trabajo. Yo publico ofertas laborales que me llegan y las comparto con la gente. Quisiera aprovechar para sugerir que no me hagan preguntas abiertas como “¿Se consigue trabajo en España?”. A esos no les respondo. Quiero decir, hay que acotar lo que quieres saber. Deben decir si tienen papeles, si no tienen, cuál es su profesión y edad, y en qué campos están dispuestos a trabajar.

Tampoco respondo a las consultas del tipo: “Soy ingeniero con diez años de experiencia, me gustaría trabajar en una petrolera y ganar más de 50.000 €”. La gente tiene que ubicarse y saber bien a dónde se van, las condiciones de la economía y los salarios.

.- ¿Cuál es la consulta más rara que te han hecho?

.- (Piensa. Levanta la mirada al techo. Sigue pensado. Suspira.) No se me ocurre la más rara, pero sí te puedo decir que la que más me conmueve es la de gente que se viene por casos de enfermedad y escasez de medicinas. La emergencia médica que hay en Venezuela es terrible, así lo quiera negar el gobierno.

Hay un muchacho que está esperando un trasplante de corazón. Se vino con su novia y vive en el hospital Gregorio Marañón porque no tiene dónde vivir. Hubo un caso de una niña con cáncer, ella recibió ayuda, pero al final falleció. Esos casos me parten el alma y trato de movilizar a la comunidad que me sigue para que colaboremos.

También me conmueven mucho las personas mayores que se vienen y se están reinventando con ilusión. Por ejemplo: “Soy ingeniero y ahora hago tartas, estoy a la orden”. Porque de unos años para acá la gente se está viniendo con un nivel de desesperación enorme, algunos sin averiguar bien lo que se van a encontrar en el país al que llegan. Hay de todo. Yo siempre les recomiendo informarse bien a dónde se van.

.-¿Hay casos muy duros en ese sentido, no?

.- Sí, muchos dramas. Hay casos reales y otros que no lo son. A mí me disgusta que se acerquen a mí planteando su caso desde la lástima. “Me botaron de mi casa, consígueme un trabajo, no tengo dónde dormir”, sin decirme en qué está dispuesto a trabajar o qué quisiera hacer.

Insisto en que recomiendo mucho a la gente que evalúe la migración. Están los países latinoamericanos en donde no necesitan una visa para trabajar o por lo menos no es tan complicado como aquí. En España están negando las visas de estudiantes desde hace un tiempo y nadie sabe cuál es el filtro que hace el consulado en Caracas.

Recomiendo que evalúen Colombia, Chile, Argentina… Allí el proceso no es tan complicado siendo de la región. El venezolano se mete en la cabeza que o se va a Estados Unidos o a Europa. En realidad hay más opciones. Yo me vine para acá porque tenía una forma de hacer los papeles a través de mi mamá. Si no, me hubiera ido para Chile o Argentina.

.-Las redes sociales son un caldo de cultivo para diatribas y polémicas constantes. ¿Cómo llevas esto?

.- La gente a veces caen a un nivel tan bajo, tan poco profesional… Hay esos a quienes les encanta las polémicas, las telenovelas. Veo cosas muy irrespetuosas, desagradables y tóxicas. A veces hay personas muy groseras que dicen cosas como: “No publiques fotos de comida porque en Venezuela hay hambre” o “¿Cómo se te ocurre ir a una fiesta y poner la foto si aquí mataron a diez estudiantes ayer?”. Esos tonos que son terribles y no aportan nada. Yo no les respondo. No tengo que dar la explicación de que todo lo de Venezuela nos duele, pero seguimos viviendo nuestras vidas.

.- Pero también habrá gente agradecida ¿no?

.- Es poca. A veces pienso en dejarlo porque me desanima eso. No es que quiero que me hagan una estatua, pero si te ayudé a conseguir casa o trabajo me gustaría que me lo hicieras saber. Hacer las respuestas me lleva tres horas al día. Esto no me genera ninguna retribución económica.

.-¿Quéeee? No lo dejes. Creo que tu cuenta cumple con un servicio muy valioso para los venezolanos.

.- Es que de cien correos que respondo a la semana, solo 10% me responde con gracias. Es desagradable. Yo no les cobro, pero al menos espero algo de agradecimiento. La que es agradecida es muy linda, pero es un porcentaje muy mínimo. Lo que me hace quedarme es que esto me hace feliz, escribir los post y hacer estas redes, pero me quita tiempo. Han aparecido demasiadas cuentas. Y hay muchas que no son reales, que tienen seguidores comprados.

.-¿Qué tal la vida como autónoma (freelance)?

.- (Risas) Me encanta. Llevo poco tiempo, pero era lo que yo quería. He montado mi empresa de marketing digital. Ahora mismo mis clientes son venezolanos y me han llegado a través de la cuenta de Instagram.Hago logos, hago redes sociales, plataforma digital, soporte off line, captación de clientes, tarjetas de presentación, diseño. Creo que mi pasión es diseñar, es donde encuentro el flow. Siendo autónoma he encontrado la libertad que buscaba, no ser empleada y usar el tiempo como yo quiero. Mi objetivo profesional es producir dinero, que el dinero trabaje para mí.

 

.-¿Cómo te imaginas tu futuro? ¿Te ves en España?

Es una pregunta complicada porque  pienso en formar familia me cuesta asumir que tendré hijos en esta sociedad. Cuando veo a los adolescentes y a los niños, no sé…

.-Los adolescentes son adolescentes en todas partes del mundo

Sí, pero aquí hay mucha libertad y allí hay más soporte familiar, unión y hay más comunicación. Aquí los niños pierden ese nexo con los padres.  Yo veo aquí cosas que me escandalizan.

.-Pero tus hijos serán tuyos y los criarás como tú quieras…

Sí, pero el entorno ayuda. El colegio, los amigos. Todo me preocupa y es muy loco porque cuando pienso en familia pienso en Venezuela, pero a la vez no quiero regresar. Quisiera que mis hijos tuvieran lo que tuve yo: abuelos, familia reunida, navidades con gentío.

.-Creo que esa conversación sobre los niños la tendremos más adelante (risas). Por el momento, ¿qué les dirías a los inmigrantes que se están viniendo?

 

Que se informen bien sobre las posibilidades que hay en el país de destino. Que hagan las preguntas acotadas. Que hay algo que se llama Google y que es bastante útil (risas). Hay información que está en todos lados. Que si eres español por herencia, la información para ti está en todos lados y el consulado no te dará la espalda. También les digo que a donde vayan entreguen lo mejor de sí mismos, que se adapten, que abran los brazos a ese nuevo destino. Que no traigamos los vicios sino lo mejor, las virtudes de los venezolanos.

Coordenadas:
Daniela dedica 3 horas diarias a atender solicitudes de venezolanos inmigrantes o que quieren migrar
Sin categoría

Michelle Roche: “Me salvé del acoso escolar por ser lectora»

Briamel González Zambrano

Michelle Roche Rodríguez / Foto de Gabriel Osorio


A Michelle Roche la conozco desde que estábamos en cuarto año de carrera en la UCAB en Caracas, cuando empezamos a estudiar la mención Periodismo y éramos unas veinteañeras de principios de siglo. Desde ese entonces somos amigas. Ella me llama “Negra” (como muchos de mis amigos) y yo a veces la digo Michi o su variante MichiRoche. En aquella época universitaria íbamos a la playa con nuestros compinches y Michelle se aparecía con una pamela grande y un estuche repleto de todo tipo de potingues y refinadas cremas para cuidar su blanquísimo rostro. A mí me parecía aquello una hipérbole. Ella me replicaba con esa manera sentenciosa que a veces suelta: “¿Te crees que esa piel estupenda de negrita te va a durar toda la vida? ¡No te la cuides para que veas! ¡Hablamos a los 40!”. Y bueno, no tenemos los 20×2 pero estamos muy cerca. ¡Y nos vimos!¡Vaya si nos vimos!

Michelle se ha convertido, como era muy predecible, en una escritora y crítica literaria. Desde febrero de 2015 vive en España y dedica sus días a investigar, leer y escribir sobre temas de género, del marianismo (la concepción de la Virgen María y cómo este influye  en las mujeres y su postura ante la vida) y de la familia como cosmos identitario del individuo que lo enfrenta al mundo.

Este año se ganó el premio Francisco Ayala por su colección de cuentos “Gente Decente”, editado solo en digital por Musaalas9. Acabo de leer el libro y por eso la invito a casa para hablar de la obra, de su literatura, de España y, cómo no, de Venezuela.

Pongo un disco de Frank Sinatra en un volumen bajito, casi susurrante, para que recordemos cuando ella vivía en Nueva York y recibía visitantes venezolanos en su piso (siempre y cuando le llevaran una paca de cigarrillos Belmont). Ahora no fuma y corre cada mañana para alborotar sus endorfinas y sentarse a escribir.

Llega vestida de negro cerrado (como casi siempre), pendientes de pedrería,  grandes y bellas gafas de sol, un bolso enorme donde parece cargar una oficina entera. Trae además una bolsa de palmeritas con chocolate y solo acepta que le ofrezca agua. Tiene alergia por unas reformas que hay en su edificio y el polvillo le ha alborotado la nariz. Lo comenta casi como una advertencia.

Antes de encender el grabador hablamos como unas pericas, como corresponde a dos amigas. Pasea por mi piso, me comenta sus observaciones, le gusta la pequeña terraza, luego pasa al salón y  se sienta en posición de entrevistada.

Le digo que empecé a leer su libro no con la mirada de una amiga, sino con mucha curiosidad, sin saber muy bien qué me iba a encontrar. “¡Lo que leí me sorprendió. Lo que hallé fue sorpresa!”, le comento y ya le saco la primera sonrisa.

¿Por qué “Gente Decente”?

En nuestro país ser gente decente es el status quo, el deber ser. A uno lo crían para ser gente decente, para mejorar social y económicamente. Este libro va de ocho cuentos de familia. La familia es tu primer encuentro con el otro, con el exterior y es por ende lo que perfila tu ser, es tu carnet de identidad, tu carta de presentación , la forma en la que existes tú en el mundo.  De las ideas que esta familia maneja se va a moldear tu vida.

Gente decente es el objetivo, la aspiración a reunirse con cierto tipo de gente que se parezca a ti y a tu familia. En el sentido de que sean trabajadores, buenos, exitosos.

Y en Venezuela vimos un cambio, llegó el discurso social en desarticulación que emerge con el chavismo.  Emerge toda esta masa de seguidores de Chávez y luego se genera el movimiento a su alrededor. Me estoy  refiriendo al discurso del resentimiento. La pregunta que tengo yo es:  ¿Esa gente entonces no era decente?

En el momento que te toca pasar de adolescente a adulto y tener criterio y analizar de dónde venimos, a mi generación le tocó ver y vivir una realidad totalmente distinta a donde creciste.  Un país que afloraba con otros valores que no sabíamos de dónde habían salido.

Albúm de Familia fue tu primer libro. Ahora Gente Decente…¿Vas a construir tu literatura sobre ese tema, la familia como núcleo?

El próximo libro que viene son diez cuentos de historias de mujeres.  De las relaciones de las mujeres con el mundo. Hay cosas en común entre Albúm de Familia y Gente Decente. Lo que trabaja Gente Decente es el individuo contra la familia y lo que trabaja Album de Familia  es el individuo contra la nación. La formación de la identidad individual y nacional. Ese es el  paralelismo de los dos libros. Se soportan sobre la identidad y hay otra ala sobre la que trabajo…

¿La mujer?

Sí. En el ensayo Madre mía que estás en el mitodonde expongo la visión de la virgen María, con el marianismo, la noción el mito de María católica creó una estructura y un lugar de la mujer basado en una tipa hecha para el sacrificio, aunado esto a la poética del sufrimiento del catolicismos barroco. España e Hispanoamérica celebran el sufrimiento. Determina que la mujer se sacrifique tanto por la pareja, como por el hijo, como por el hermano. Sobre la mujer recae una serie de responsabilidades que no le van a permitir su desarrollo y su verdadera realización. La otra ala que yo trabajo de la identidad femenina confrontada con el mito.

Esto aparece en el cuento “Días de fertilidad” en Gente Decente. Una pareja que se lleva bien y de pronto se encuentra con el tema de no poder concebir…

Sí. Además está narrado desde la voz del marido. Me gusta trabajar las imágenes. La manera en que estos cuentos pasan de ideas a asuntos publicables en forma de cuentos es el trabajo del símbolo.

Los cuentos de Gente Decente llevan diez años escribiéndose. ¿Por qué tanto tiempo?

Los cuentos “Lata de Galletas”, “La Negrita” y “Lengua Viperina” fueron escritos desde Caracas. En efecto, llevan casi diez años mutando. Los otros se empezaron y acabaron en Madrid. Se han tomado el tiempo de hacerlos, encontrar editorial y el momento adecuado.

Me sorprende mucho que esos tres cuentos, que son mis favoritos, sean justo los que escribiste en Caracas…

¡Imaginate!  (ríe suavemente).

Luego está  “Mamadoras de Gallos”.  El jurado del premio Francisco Ayala dijo que solo por ese cuento te merecías el galardón y a mí me generó mucha expectativa. Es muy curioso como a partir del acoso escolar expones varias capas de la sociedad venezolana. ¿Michelle Roche padeció acoso escolar?

No, yo me salvé porque era lectora. Me salvé de dos cosas: de la presión religiosa (estudié en un colegio del Opus Dei, en donde insistieron, pero no se me hizo inmanejable) y me salvé del acoso escolar porque yo estaba siempre en una esquina leyendo.

Creo que el acoso en el colegio de mujeres se articula por asuntos de ficción de la feminidad: la bonita sobre la fea, la ennoviada con la que no tiene novio, la hacendosa sobre la que no lo es, la que se mueve en ciertos círculos… Yo no encajaba en nada de eso. A mí me dejaban tranquila.

¿Y el cuento “Mamadoras de Gallo” nació de esas escenas que veías en el colegio?

No. Un amigo me comentó que a su hija la acosaban en el colegio y que él no sabía cómo afrontarlo. Yo tengo un problema con la victimización de las personas, así que le dije que lo peor que podía hacer es convertir a tu hija en una víctima. Le dije que lo lógico era que su niña les pegara, que se defendiera, que no se dejara maltratar.

(Michelle se hunde sus uñas rojísimas en sus mejillas, como sosteniendo su cara y reforzando su afirmación. Un gesto que repetirá a lo largo de la conversación).

El acoso escolar existía cuando éramos pequeñas, pero no se le llamaba así. Ahora tiene consecuencias muy graves y se pueden hacer muchas más cosas para prevenirlo…

(Me interrumpe). El acoso va a existir mientras exista el poder y el poder siempre va a existir. El acoso escolar de hoy es el acoso político de mañana.

Yo no sufrí acoso, pero te puedo decir que tengo un resentimiento muy grande por haber sido criada en un colegio religioso que me hizo perder un tiempo que yo necesitaba para aprender idiomas, para salir del país, para hacer cosas… Si hubiera estudiado en el Humboldt a lo mejor ahora mismo estuviera en la cobertura de la campaña de Ángela Merkel (se ríe, me río). No sé esas fantasías que tiene uno…

Pero al final el destino es lo que es. Si no hubieras ido a ese colegio, ¿de dónde te hubiera salido escribir del marianismo, de la mujer, de la familia?

Si, supongo que de ahí me viene el símbolo y lo que trabajo tanto académicamente.

¿Qué estás escribiendo ahora?

(Suspira). Lo próximo que viene es un libro de historias de mujeres. Además estoy reescribiendo una novela por tercera vez. Está ambientada en los años veinte en Venezuela y es una familia de enchufados de la dictadura de Juan Vicente Gómez.

Me mantengo ocupada actualizando a diario Colofón, mi revista digital de literatura. También estoy haciendo la tesis del Doctorado en Estudios Interdisciplinares de Género del Instituto Universitario de la Mujer (adscrito a la Universidad Autónoma de Madrid).

¿ Te apetece seguir en España?

Estoy trabajando para quedarme. Le tengo que agradecer mucho a este país. Ya he publicado dos libros. Me he  metido en los círculos literarios que me interesan. Aquí es muy amplio el mundo de la literatura y puedo reunirme con gente cuyo trabajo me gusta o que hace cosas parecidas a las mías con quienes comparto maneras de ver la vida y de ver lo que está pasando.

¿Cómo ve una escritora venezolana a España?

Yo pienso que los españoles son mucho más parecidos a nosotros de lo que a ellos les gustaría.  (Risas.) Yo me siento muy bien en Madrid. Me gusta mucho esta ciudad.  Creo que estamos en un momento en el que se están abriendo las puertas para grandes cambios que no vamos a ver de aquí a diez o quince años.  Veo con preocupación la polarización porque vengo de un país altamente polarizado. No soy partidaria de comparar una situación con otra, pero me preocupa ver ciertos extremismos.

Los españoles son horizontales, reídos, cercanos, también son personas que toman decisiones muy rápido, que convierte las discusiones en algo muy superficial muy rápido. Hay muchos detalles en los que se nota que somos primos cercanos.

Viviste cuatro años en Nueva York y ahora llevas dos en Madrid ¿Cuál es la diferencia de migrar a Estados Unidos y migrar a España?

En Nueva York la gente no tiene amigos, tiene contactos. Yo viví cuatro años y cuando me fui no tuve grandes pérdidas afectivas. Me quedaron un par de amigas del máster. En cambio, cuando yo venía de visita a España ya tenía amigos. Yo llegué aquí ya con una red de amigos no solo venezolanos sino también españoles y de otras nacionalidades. He hecho además nuevos amigos. Aquí es más fácil acercarse al otro.

No tiene que ver con la lengua porque ya eras bilingüe cuando te fuiste a Nueva York…

No, no es la lengua. Es lo que esperan de la vida. Al español le gusta vivir. Al estadounidense le gusta tener. Es otra mentalidad. Tienes que estar aquí para comprender, entender y hacerte a esta manera de vivir. Yo la disfruto muchísimo. No depender de tener carro, tomar algo por ahí entre semana y no gastarte un dineral, ir a ver museos, teatros y que haya funciones de todo tipo y además gratuitas. Quedar siempre con amigos. Es estupendo.

¿Hay algo más que quieras comentarme?

Nooo, chama. ¡Yo estoy agotada, déjame ya!

(Reímos las dos.)

Coordenadas:
Michelle Roche:
Twitter: @michiroche