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Entre paisajes y afectos



Briamel González Zambrano

Una amiga, que es también mi madre putativa caraqueña, coquetea con la idea del exilio desde hace una década. Cada vez que recrudecen las constantes crisis en Venezuela desempolva el pasaporte europeo de su esposo. Sus hijos ya han cruzado el Atlántico hace unos años. Ella, en cambio, resiste en una Caracas cada vez más hostil, que a veces la sorprende con atardeceres resplandecientes, pero que le deja gases lacrimógenos en su ventana, después de una protesta.

 

Además de las poderosas razones económicas, sus argumentos para no irse siempre han sido los afectos. “No me interesan el verdor de El Ávila, ni las playas, ni Los Roques, ni la música llanera que jamás en mi vida me ha gustado. Paisajes bonitos hay en todos lados. Me importan los afectos, negra. Los amigos de siempre, el cariño, mis herman@s, mi mamá. Los abrazos que son de verdad. Eso no lo encontraré en España ni en ninguna parte”, solía decirme en nuestras conversaciones de sobremesa. Resulta que esos amigos también empezaron a irse, y los hijos de esos amigos y algunas de sus hermanas. En su mente sigue bamboleando la idea de marcharse.

De momento, es una enganchada de las redes sociales y del skype para hablar con sus hijos (incluyéndome a mí, que soy su hija adoptiva). Viene cada año a visitar a sus retoños. Le aterra la idea de convertirse en abuela y no poder disfrutar de sus nietos. No quiere perderse nada de lo que pase en nuestras vidas. Los compañeros de su oficina saben qué estudiaron sus hijos, en dónde viven, qué película vieron el fin de semana, a dónde irán de viaje en el verano. “Solo hablas de ellos ¡Qué fastidiosa, mano!”, le dice su esposo, a quién bautizaremos como “El amoroso”.

Gracias a la oleada migratoria  de últimas dos décadas hay venezolanos en las zonas más apartadas del planeta. Así que, como ella, miles y miles de madres en cada rincón de Venezuela suspiran y tienen fotos de sus hijos vestidos de invierno en la sala de estar. Acumulan en el ordenador y el álbum digital las fotos de sus nietos de distintas nacionalidades. Las enseñan a sus vecinas. Las de más edad aprendieron a enviar correos electrónicos y a hablar por skype. Son adictas a Televisión Española, Univisión, Telemundo, según sea el país de destino de sus vástagos. Rezan cada noche para que nada les pase. Aunque uno haya perdido la costumbre de pedir la bendición o nunca la haya tenido, ellas dicen:  “Dios te bendiga, mi amor”,  antes de colgar por el teléfono.

 

Detrás de todo aquel que se haya ido hay un portraretrato en su ciudad de origen con la foto de la comunión, de los carnavales, la graduación, o la boda. Late la historia de una madre, de un padre, de unos abuelos, de unos primos, de una separación…