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No volverán

«Sueñan con volver a un país que ya no existe
Y que no reconocerían más que en los mapas
De la memoria
             Mapas que confeccionan cada noche
En la niebla de los sueños
Y que recorren en naves blancas
Perpetuamente en movimiento.
Regresan todos los días en el vuelo
De pájaros que se pierden
Del cielo de sus ojos
O regresan en caballos alados,
De crines como llamas.
Si volviera
No reconocerían el lugar
La calle, la casa
Dudarían en las esquinas
Creerían estar en otro lado.
Pero vuelven cada noche
En las naves blancas de los sueños
Con rumbo seguro»
Por Cristina Peri Rossi
Estado de exilio 

 

Esta semana conocí a un venezolano (pongamos que se llama Raúl) que lleva 9 años en Madrid y no ha ido a Venezuela desde 2009. «No volveré, no tengo nada que buscar ahí. Veo las noticias muy de vez en cuando, pero nada más». Me lo dijo con desazón y convicción. No había desprecio en su gesto. Era más bien resignación. Fue la confesión de un tipo afable, casi melifluo, que relataba cómo el miedo que  sintió en su última visita a Caracas le arrancó las ganas de repetir la experiencia. Así que cada año paga el pasaje de su madre, hermanas o tías y las trae a España y se van de paseo. Él ya tiene una decisión tomada y es la del no retorno. Literalmente.

Esta conversación se me quedó como un zumbido la cabeza. Yo voy cada año y, ciertamente, veo las cosas peor, el pánico se me siembra en el esófago cuando recorro el camino entre Maiquetía y mi destino en Caracas. También siento terror de los motorizados en Puerto Ordaz. Mi familia me prohíbe salir de noche o ir a sitios que eran para mí como un patio de recreo. Todo es peligroso. Nadie es inmune. Pese a este panorama, nunca me he planteado esto de no volver. Creo que es una renuncia muy costosa, dolorosa y que no tengo necesidad de hacer. Sin embargo, sospecho que Raúl no está solo en su postura. No sé cuántos de los millones de venezolanos que nos hemos ido piensan como él. Sí sé que la seguridad es el principal motivo para plantearse no regresar, hay también razones económicas (el costo de los pasajes y de un viaje en general), además hay familias repartidas por varios puntos geográficos y sin ningún miembro ya en el país.

He comentado esto a un par de amigas. Una española y la otra cubana. La primera me ha dicho que, aunque suene duro, es natural no querer volver. Que muchos europeos que se fueron a América, huyendo de guerras y de dictaduras, no quisieron regresar ni de vacaciones. Quisieron borrar todo aquello.  La de Cuba me ha confirmado que tiene muchos compatriotas que pasan décadas sin ir a la isla o no la pisan nunca más (por razones casi obvias, creo). Yo no estoy en contra de esta determinación de no regresar. Es respetable.Solo que me sorprende mucho, me conmueve, me parece una derrota, el testimonio patente de darse por vencidos, el desarraigo más abismal e irreversible.

Supongo que mientras tenga amigos y familia seguiré yendo. Supongo que a lo mejor mis viajes se espaciarán en el tiempo, pero mientras crezca allí mi sobrino, esté allí mi madre y reposen los huesos de mi padre y de mi abuela, yo seguiré viendo vuelos por Internet y comprándolos. Quisiera pensar que muchos de mis paisanos emigrantes me acompañan en este sentimiento.