Migrantes

Madres que sueñan

Briamel González Zambrano

Hace pocos días me conmovió el relato de una madre venezolana quien me contó que había logrado reunir a sus cuatro hijos en Madrid. Todos, progenitores y vástagos, viven en países diferentes. La mujer lideró la gesta que implicó reunir presupuesto para los viajes de todos, hacer coincidir vacaciones y superar la burocracia pandémica en los aeropuertos con el único propósito de encontrarse todos en un mismo lugar después de más de ocho años.

Esta historia me hizo pensar en cómo valoramos el tiempo con la familia una vez que estás lejos y en las líneas que permanecen inalterables en nuestras listas de deseos, en que llevo siete años sin ir a Venezuela, en que no sé cuándo mi hijo podrá conocer de dónde viene su madre. Aunque tampoco tengo especial prisa porque aún es muy pequeño.

Algo tan sencillo como una reunión familiar entre unos padres y sus hijos es una tarea titánica para muchas familias venezolanas

La madre no quiso ir a museos, ni dar paseos, ni ir a restaurantes, ni exposiciones, ni tiendas. Solo quería tener a sus hijos juntos como si celebraran navidad en plena primavera. Los quería tener cautivos en el piso que alquilaron. Sentados con juegos de mesa, viendo fotos, recordando anécdotas y actualizándose hasta la madrugada, tomando un poco de vino y haciendo videollamadas a primos y tíos. Los hijos se rebelaron un poco del plan materno para poder conocer algo de la capital española, pero la complacieron en estar juntos para todos lados.

“Yo no quería salir porque me da terror el Covid. Ya somos mayores mi marido y yo, pero estar con ellos otra vez, fue cumplir un sueño. Recé mucho para que esto ocurriera. No sé si será la última vez ¿sabes? Así que con esto me quedo, con los días por aquí y la idea de que podamos hacerlo en otra oportunidad”, me dijo suspirando.

Por esas madres que rezan por sus hijos migrantes todas las noches, por las madres que rezan a la vez por sus propias madres que están lejos,  por las que han vencido el miedo a los aviones para ir a ver a sus hijos y nietos por el mundo, por aquellas que tragan fuerte al hablar por teléfono en la distancia de las navidades, los cumpleaños, los nacimientos o los duelos, por las que tienen a todos sus hijos en diferentes continentes, por las que se tuvieron que ir de su país y sueñan con regresar a un lugar donde sea posible el reencuentro. Por las madres que sueñan he escrito estos párrafos. Para desearles, desearnos, un feliz día.

¡Feliz día madres!

Feliz día de la madre 2022
Felíz día de la madre
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Adiós al tío Zam

Briamel González Zambrano

En la librería “La Guaricha” se vendían sopas de letras, crucigramas, muñecas de trapo, variados juguetes de plástico, bisutería, material escolar, novelas y periódicos. Detrás del mostrador estuvo por varias décadas su dueño, mi tío Hildebrando Zambrano. Nadie lo conoce por ese nombre tan antiguo, formal y de calendario. En todo San Antonio de Capayacuar (estado Monagas) le dicen “el maestro Zambrano”, porque durante muchos años fue docente de la escuela de pueblo, donde empezó trabajando como bedel.  

En mi familia ha sido venerado como ejemplo de esfuerzo, trabajo y dignidad. Se encargó de su madre y de sus cinco hermanos pequeños, cuando el padre irresponsable se fue “a por tabaco”, como se dice en España. Se casó con mi tía Hortensia y tuvo seis hijos, mis divertidos y queridos primos. También siguió siendo pilar de las decenas de nietos y bisnietos. Para todos ellos es “Papá Zambrano”.

Mis vacaciones decembrinas del colegio solía pasarlas en medio de la Zambranera. Me metía en la librería a verlo hablar con los clientes. Su voz carrasposa y pausada explicaba los titulares de los periódicos: “Hoy en ‘El Sol’ dicen que el gobernador y que va a venir por esta zona. Vamos a ver si es verdad”, “Navegantes del Magallanes tiene los puntos para ser campeón otra vez”.  Los clientes lo escuchaban como si él fuese el narrador del telediario y yo me quedaba asombrada porque me parecía que era dueño de una sabiduría infinita. Yo estaba ahí dándole a mi plastilina, pero escuchándolo todo. Al final, uno es reportero o cotilla desde pequeño (como lo quieran ver, jaja). Me deleitaba el olor a tinta sobre el papel de los diarios, el mismo que me acompañaría tantos años después como parte de mi trabajo. Veía a mi tío cómo sacaba las cuentas mentalmente y daba el vuelto a los compradores. Yo observaba además la cajita de metal azul donde estaban todas las monedas de cinco y los billetes verdes con la cara bigotuda de José Antonio Páez. Era para mí como los baúles de tesoros que veía en los dibujos animados.

Una vez, ya más grande, mi tío me dijo que se iba a desayunar y que me encargara diez minutos de la librería. Me comentó los precios de cada cosa, me dio la calculadora y aquella caja que ya estaba escarapelada. Como era temprano, todo el que entraba quería sus periódicos. “Deme un Sol y un Nacional”, “Un Sol y un Tiempo, por favor”. “Un Sol y un Meridiano”, así hacía la gente sus pedidos y yo iba repartiendo, cobrando y dando las vueltas. Hasta que llegó un señor mayor y me preguntó que quién era yo: “zapatero a su zapato. Llámeme al maestro Zambrano. Él es quien me vende a mí las noticias”. Me sentó muy mal ese comentario. Le respondí que yo le podía vender lo que necesitara. El hombre respondió: “yo lo espero aquí a que termine. A mí me atiende el dueño”. En efecto, se quedó ahí con su cara de antipático, mientras yo contaba monedas y atendía a los demás. Volvió mi tío. Atendió al señor. Me dijo: “viejo sin manías, no es viejo. Tú tranquila, mija. Hay que saber llevar a los clientes”.

Muchos años después, trabajaba yo en el diario El Tiempo. Estaba en la redacción y me dijeron que en el departamento de distribución preguntaban por mí: “soy el distribuidor del periódico en Monagas. El maestro Zambrano me dijo que si venía por aquí preguntara por su sobrina. Que mi abuelo se negó a que usted le vendiera las noticias y ahora usted es quien las escribe”. Los dos reímos y le tuve que contar la historia con detalles.

A sus casi noventa años, mi tío Zambrano se ha ido ayer de este mundo, dejando un familión de duelo en distintas sitios del planeta y a mi madre como la única superviviente de sus hermanos. Yo recordé esta historia, y muchas otras. Doy gracias porque fue para mí lo más cercano a la figura de un abuelo. En la Nochevieja recordaré cómo siempre cada treinta y uno de diciembre ponía en un LP el poema “Las uvas del tiempo” para recordar a mi abuela, su madre. Le decíamos que era pavosísimo ese poema, que qué fastidio. Hasta que me enteré de que Andrés Eloy Blanco lo escribió en Madrid, pasando unas fiestas lejos de los suyos y dijo:

“Madre, esta noche se nos muere un año

En esta ciudad tan grande, todos están de fiesta;

Zambombas, serenatas, gritos, ¡ah, cómo gritan!;

Claro, como todos tienen a su madre cerca;

Yo estoy tan solo madre,

tan solo, pero miento que ojalá lo estuviera;

estoy con tu recuerdo, y el recuerdo es un año pasado

que se queda”.

Adiós tío Zam.  

Mi tío Zam ordenando los periódicos en su estantería

Entrevistas

Miriam Ardizzone: “Estar sin red de apoyo para criar a mis hijos me ha hecho una mamá más fuerte»

La editora cuenta cómo ha sido su maternidad y el cambio de vida que supuso mudarse a Madrid con su marido y sus niños hace casi nueve años.

Briamel González Zambrano

En una sala de espera del Aeropuerto Internacional de Maiquetía (Venezuela), Marco González Ardizzone, un bebé a punto de cumplir un año, empezó a caminar por primera vez. Al rato, el niño embarcó en el vuelo que lo llevaría a Madrid junto con sus padres y su hermano Martín de cuatro años. Era agosto de 2011.

Ese momento fue especial y simbólico para su madre, Miriam Ardizzone, que tenía por delante el inicio de su propia andadura migrante en un país donde no tenía amigos, ni conocidos, ni contactos. Así que la aventura empezaba como para Marco, pasito a pasito. En una vídeollamada en plena cuarentena me contó la historia de esos pinitos en España, parte del relato de su recorrido vital.

Ardizzone ha dedicado su vida profesional al sector editorial, el mundo de las publicaciones en Caracas. Se licenció en Letras en la Universidad Católica Andrés Bello y su trayectoria incluye el paso por fundaciones, orquestas, instituciones públicas y privadas dedicas al patrimonio, la investigación, la literatura y la cultura. Trabajando fue como conoció a su marido Manuel González “Mago” hace 17 años. Él era el diseñador de la revista que ella coordinaba. Surgió la chispa.

En el año 2004 se casaron y en 2007 nació Martín, su primogénito. Miriam relata que fue un embarazo complicado, una revolución hormonal que la llevó a mudarse a casa de sus padres para tener atención las 24 horas porque tenía ataques de ansiedad, taquicardias e insomnio. Cuando superó esos episodios volvió a trabajar con una barriga de seis meses de gestación. “Después de pasarlo tan mal, me vino la energía de pronto y trabajé hasta el último día antes de dar a luz”.

La llegada de Martín supuso para Miriam un cambio de piel. Se fue a otro trabajo y pasó de editar doce autores a editar trescientos. También tenía decidido ser una mamá profesional, que conciliara sus tareas de crianza con la de los libros. Iba cada mediodía a casa de su madre a darle el pecho a su niño, sin importar que esto le implicara luego mucho agobio al volver a la oficina.

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Miriam con sus hijos Martín y Marco en el aeropuerto de Maiquetía en agosto de 2011

En 2010 nació Marco, el pequeño caminante de Maiquetía. Ardizzone se había hecho trabajadora autónoma, editando revistas y publicaciones para clientes de la empresa privada. Ella se encargaba personalmente de sus hijos, con la ayuda invaluable de su madre, su padre y el apoyo de sus hermanas, con quienes se reunía cada viernes en la casa de sus progenitores para juntar a los hijos y compartir las noticias de la semana.

Toda esa rutina de soporte cotidiano se acabó cuando Mago volvió de un viaje de trabajo a España y le dijo: “Creo que tenemos oportunidades allá. Tengo ya varios clientes en Europa. Tú tienes papeles italianos. ¡Vámonos!”. Esa misma semana el gobierno venezolano había expropiado a un cliente importante de Ardizzone y ella calculaba cómo sus ingresos mermarían en las próximos meses. Así que la respuesta a su marido fue: “Vámonos, chamo”.

A su partida también contribuyó que les habían robado un automóvil a punta de pistola, que habían visto cómo secuestraban a un vecino y que la inseguridad en Caracas se les hacía insostenible.

Al llegar a Madrid vivieron en un apartahotel varias semanas hasta encontrar el piso donde residen hasta hoy. “Dormimos en colchones tirados en el suelo, sin muebles ni nada. Hasta que fuimos armando nuestro hogar”.

.-Háblame de tu adaptación a España como mamá migrante

.-Fue un proceso largo que me costó mucho aprendizaje en el que he estado muy sola. Tienes que conocer el sistema de salud, asumir una nueva identidad porque aquí yo soy eso que llaman “Comunitario”, es decir, una persona con pasaporte de la Unión Europea, pero no soy española. Además, debes aprender cómo es el sistema escolar, el tema de las plazas en los colegios, cómo se relacionan los padres del colegio entre sí, cómo son las actividades extraescolares, etcétera. A ese mundo me fui aproximando mientras buscaba en internet y resolvía para que mis hijos estuvieran dentro del sistema.

Todo esto añadiendo un duelo-país muy tremendo que yo tenía. Que me duró los primeros tres años. Porque venía mi mamá de visita y cuando se iba yo lloraba, extrañaba y así. De hecho, sigo extrañando lugares, olores, sabores de Venezuela. Además, hacer amigos aquí no es fácil cuando ya tienes hijos. No hay la misma cercanía y proximidad a la que yo venía acostumbrada. Adicionalmente, aunque suene frívolo, yo tenía dos chicas que me ayudaban en mi casa en Caracas (una planchaba y la otra cocinaba y limpiaba), yo me daba masajes dos veces a la semana, mis uñas y mi peinado siempre están impecables. Eso lo había perdido también.

De repente, te das cuenta de que no tienes con quién compartir las alegrías, los éxitos, los fracasos. Que no tienes a alguien de confianza con quien dejar a tus hijos para ir a resolver temas de trabajo.

Cuando miro para atrás me doy cuenta de que en esta vorágine yo he sido capaz de matar dragones, de que estar sin mi tribu, sin red de apoyo para criar a mis hijos me ha hecho una mamá más fuerte.

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Miriam con los niños en un paseo reciente en Salamanca

-¿Por qué? ¿Cómo notas esa fortaleza?

.-Porque mis hijos son mi proyecto más grande, más importante. Mi familia es el proyecto vital. Siempre quise ser mamá…(Solloza un poco). Emprendimos este viaje migrante por ellos, para que crecieran en un lugar tranquilo, con paz, con oportunidades (Le saltan las lágrimas, se seca y prosigue). Si a mí mañana me dicen que me tengo que ir a África por mis hijos, lo voy a hacer. Arranco con mis muchachos y mi marido para allá y así sea a cortar el césped me pongo. Ellos son mi motor, mi fuerza y sé que donde vaya por ellos y con ellos, vamos a salir adelante.

Yo soy la cohesión de mi hogar. Soy la comida, los deberes, el médico, cada detalle. He dado todo lo que tengo y lo que no tengo, y por eso te digo que me siento muy fortalecida después de haber tenido todo este recorrido no exento de dificultades.

 

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La familia González Ardizzone en Madrid

.- ¿En todo este proceso qué te ha dado España?

.-Me ha dado la oportunidad de trabajarme a mí misma como persona. Venía de estar siempre muy acompañada para todo, con una estructura mental muy cerrada para algunas cosas y el estar sola te hace crecer y verte por dentro. España me ha dado también amplitud de miras en muchos temas. Me ha dado aprendizaje.

¿Sabes lo que es celebrar las fiestas navideñas nosotros cuatro solos? ¿Los cumpleaños solos? Eso me ha pasado en España y me ha permitido saber que puedo con muchas cosas que no me hubiera imaginado jamás.

.-¿Qué consejo le darías a familias que tienen planeado migrar o que lo acaban de hacer?

.-Que no se vayan a países donde no tengan conocidos. Es importante contar con referencias. Que tengan un plan, así no se vaya a cumplir, pero tener foco y objetivos siempre ayuda. Por último, que se centren en hacer aquello que se las da bien y les gusta. Si no se puede al principio, no pasa nada, pero que esa sea su meta porque veo a mucha gente muy frustrada por pasar muchos años muy lejos de los suyos y en trabajos que no les gustan para nada.

 

 

 

 

Entrevistas

“Cocinar con mis hijos es un regalo y una bonita forma de enseñarles muchas cosas”

Conversamos con el autor del libro de recetas “La cocinita de papá”, cuya historia de inmigrante incluye diez países, un matrimonio, tres hijos y muchas aventuras periodísticas.

Briamel González Zambrano

Caminamos por la fría noche invernal madrileña buscando un lugar tranquilo para hacer esta entrevista a José Baig, periodista y autor del libro ilustrado “La cocinita de papá”, que contiene recetas preparadas por un padre y sus tres hijos, con el acompañamiento de la madre. Paramos en un bar en pleno Paseo de La Castellana. No había clientes y tenía tapas que lucían ricas, así que nos pareció el más apropiado. Sin embargo, durante toda la conversación nos acompañó el fondo musical aleatorio que salía del televisor cercano a nuestra mesa.

A Baig lo conozco desde principios de siglo, cuando ambos reportábamos una crisis política en Venezuela en la que intervino la Organización de Estados Americanos. En aquella época, él trabajaba como reportero en la BBC de Londres y yo, en el diario El Nacional. Como es natural, desde entonces hemos cambiado de trabajo, de países y de peso, y nos hemos seguido encontrando para honrar la amistad nacida entre micrófonos, grabadores y portavoces diplomáticos.

Pedimos una ración de jamón ibérico y un par de cañas y nos sentamos. Baig vive en Holanda y viene con frecuencia a España, porque sus padres  residen en Cataluña y en Madrid tiene una legión de amigos. De hecho, fue en la capital española donde se diseñó el libro “ La cocinita de papá” y donde fue presentado a los medios en mayo de 2019.

.-Antes de llegar al libro, me interesa que hagamos un recorrido por tu historia como migrante. Naciste en Uruguay y llegaste a los cuatro años a Barquisimeto. Tu padre es catalán y tu madre es uruguaya. De manera que ser extranjero y lo de migrar lo conoces desde pequeño.

.-“Sí, en mi familia está esto muy presente. Somos cinco hermanos, soy el tercero y el último en nacer en Montevideo. Ser extranjero en aquella época en una ciudad pequeña como Barquisimeto no era un impedimento para nada. Desde pequeño tuve la conciencia de que mis padres eran de otros sitios, pero yo siempre me he sentido venezolano, porque uno es de donde creció, donde hizo los primeros amigos, las primeras aventuras”.

.-De Barquisimeto te vas a Caracas a estudiar en la universidad

.-“Sí, con 19 años y no pocos tropiezos me fui a estudiar Comunicación Social en la UCAB.  Vivía en una residencia en Montalbán. De ahí me mudé a Santa Fe. Luego mi movilidad social hacia abajo (risas). Me fui a Los Flores de Catia, luego a La Vega. Trabajé como preparador (asistente de cátedra) de la materia Géneros Periodísticos. Empecé a trabajar en Radio Fe y Alegría, que fue una gran escuela para mí”.

–Suena en nuestro fondo musical televisivo: Let It Be, de Los Beatles

.-¿De Fe y Alegría saltaste al Radio Caracas Radio (RCR)?

.-“No vayas tan rápido. Luego estuve en la corresponsalía de El Tiempo de Puerto La Cruz en Caracas y allí me pilló el golpe del 4 de febrero de 1992. En lugar del poner el ‘por ahora’ que dijo Hugo Chávez, escribí ‘por el momento’y no puse la frase histórica del tipo” (risas).

En ese instante el camarero le llama insistente: “¡Joven, joven, por favor!”

.-¿Ah, es conmigo? Es que como ha dicho “joven”.

Reímos. Recibimos la ración de jamón.

De El Tiempo,  Baig se fue como reportero de Economía a RCR, donde reportó la crisis bancaria venezolana del año 1994 y también aprendió inglés gracias a un curso en el British Council que le pagaba la emisora. De RCR saltó a la consultora Burson Marsteller donde llevaba la cuenta de una cadena estadounidense de comida rápida, y estando en esta multinacional le preguntaron si conocía a alguien que quisiera trabajar para la BBC en Miami. Él dijo la frase: “Yo mismo soy”.

—Suena “Te quiero” de Rosario Flores—-

.-¿Qué tal esa experiencia migratoria a Estados Unidos?

-“Muy mal. La recuerdo fatal. Era 1996. Yo tenía mis papeles, mi trabajo, pero para mí fue un año horrible. Me costó muchísimo adaptarme a la ciudad, a aquella vida. Supongo que no estaba del todo preparado. Estuve allí dos años. En 1998 me mandaron a Londres. A finales de ese año, por supuesto me enviaron a Venezuela para cubrir las elecciones presidenciales donde ganó tú sabes quién.

En ese viaje a Caracas, fui a una fiesta en casa de unos amigos. Iba en el ascensor y se subió una muchacha muy guapa que me dijo: ‘Tú eres el famoso Josito, ¿el que vive en Londres, no?’. Yo dije para mis adentros: ‘¡Upa, esas bujías no son Champion!’ (aludiendo a que había notado cierto chispazo). Me fui del lugar con el número de teléfono y la dirección de correo electrónico de la moza”.

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José Baig reunió en un libro recetas que cocina con sus tres hijos

.-¿Volviste a Londres?

.-“Para recoger mis cosas, porque me mandaron a abrir la corresponsalía en México”.

.-Por tu cara, parece que fue mucho mejor que Miami ¿no?

.- “Es que México es el amor. Yo creo que todos los latinoamericanos somos un poco mexicanos. Recordemos que la radio venezolana tuvo durante muchos años un programa que se llamaba ‘Guitarras, mariachis y canciones’, están Juan Gabriel, El Chavo, Armando Manzanero, Cantinflas, Capulina. Todos son referentes para casi cualquiera de la región. Fui muy feliz en México. Cubrimos la victoria de Vicente Fox, vimos perder por primera vez al PRI. Pasaron muchas cosas. Entre ellas, que Cecilia, la chica de la fiesta, se vino a vivir conmigo a Ciudad de México y además encontró trabajo a las dos semanas de llegar.

En esa época empecé a prepararle platos a mi novia. Yo cocinaba de pequeño con mi madre. Le pasaba los ingredientes. Picaba verduras. La cocina es una ambiente donde me ha gustado estar siempre. En esa fase mexicana empecé a destacarme para impresionar a la muchacha que lo había dejado todo por venirse conmigo. Un tiempo después nos casamos” (risas).

.-¿Cuál fue el siguiente destino?

.- “Bogotá. Me tocó cubrir la guerrilla, el proceso de paz, la primera victoria de Álvaro Uribe, la primera Miss Colombia negra de la historia. También allí cocinaba cuando podía, como un hobbie, pero tenía muchísimo trabajo.

De Colombia nos fuimos en 2002 para vivir en Buenos Aires. Allí estuvimos hasta 2004. Una ciudad hermosa, un país en el poscorralito, con unas crisis económica muy profunda. Muchos frentes abiertos. Cubrí la victoria de un señor entonces muy desconocido llamado Néstor Kirchner.

En lo personal la etapa argentina la recuerdo un poco de tristeza porque vivimos cosas duras. Falleció mi suegra, intentamos tener bebés y tuvimos dos pérdidas. Tuvimos muchos duelos. Sin embargo, de Argentina saltamos a Londres de nuevo y en 2004 nació nuestro hijo Manuel. Después en 2006 llegó Yolanda y en 2007 vino Jorge en Miami.

Entre 2006 y 2009 volví a Miami, pero ya con mi familia. Fue otra experiencia migratoria, otra vida distinta a la del ’96 y con muchas más herramientas para enfrentar la migración”.

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Los niños aprenden cosas como picar, pelar,  calentar y la calidad de la comida

.-¿En 2009 dejas la BBC?

.-“Sí, después de trece años y esa cantidad de países y coberturas. La cadena dejó de hacer radio en español y yo no vi lugar para mí. Así que me fui a Cataluña, de donde es mi padre. Allí estudié cocina, empecé el blog La Cocinita de Papá, daba clases de radio en un máster, empecé a correr maratones. Hasta que en 2011 me contrataron en el departamento de comunicación del Banco Mundial y nos mudamos a Washington. Una gran experiencia. Los niños creciendo en ese entorno. Allí cocinábamos también cuando podíamos. Vivimos seis años en DC, hasta 2017 que nos fuimos a Santa Cruz de la Sierra (Bolivia) donde me contrató un fondo financiero.

.- De Estados Unidos a Bolivia hay un cambio drástico, ¿no?

.-“Sí, es evidente. Los niños lo notaron y mi mujer y yo también. Vuelves a ver pobreza extrema, profundos problemas sociales. Nada desconocido para un venezolano, pero sí fue un cambio importante. Duró poco. Nos quedamos allí hasta finales de 2018. Para enero de 2019 ya estábamos en Holanda, a donde me fui a estudiar un máster. En esa misma época empecé a escribir en el diario La Vanguardia sobre La Cocinita de Papá y la columna se llama Baig Cooking, donde hablo también de cocinar en lote.

.- Y en mayo de 2019 lanzaste el libro “La Cocinita de Papá” en Madrid.

.-“Sí, que por cierto, no fuiste a la presentación, pero no importa (risas). Hacer el libro implicó un trabajo muy cuidado por parte del diseñador y de la ilustradora. Tiene mucho detalle. Lo pensamos como un proyecto para toda la familia. Al final, cocinar con mis hijos es el mejor regalo que nos podemos hacer y una bonita manera de enseñarles. Es una gran herencia. Por muchas razones, porque aprenden de dónde vienen los alimentos, entienden la importancia de comer sano, conocen conceptos como tiempos de cocción, temperatura, calidad de las verduras, las hortalizas, formas geométricas, hacer la compra. Es una manera de que entren en contacto con mucha cosas y es un tiempo de calidad que compartes con ellos. Por eso me emociona tanto este proyecto”.

.-¿Los niños también lo ven así?

.-“Habría que preguntárselo a ellos, pero empezamos a cocinar juntos porque se acercaron a la cocina siendo muy pequeños a preguntarme qué hacía y cómo lo hacía. Yo vi una oportunidad y los integré en mis actividades culinarias. Mi madre lo hizo así conmigo y mira cuánto lo aproveché cuando viví solo por ahí. A ellos les gusta. Les hace ilusión, como se dice en España”.

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Una foto de hace unos años. Los niños estaban muy pequeños y ya ayudaban en la cocina.

.-¿El libro también vale para una pareja que no tenga hijos y no sepa cocinar?

.-“¡Claro! De hecho es superútil porque se explica todo con mucho detalle y simplicidad. Especial para quienes no cocinan. Sé que lo preguntas por ti” (risas).

.-¿Cuál es el próximo paso de La Cocinita de Papá?  ¿Un canal de Youtube?

.-“El libro sigue siendo nuestra apuesta. Está en todas las plataformas digitales y lo vamos presentando progresivamente en distintas ciudades donde vemos que hay interés. Seguiremos también con la columna en La Vanguardia y publicando en nuestra cuenta de Instagram”.

.-De todos estos países, viajes, mudanzas y migraciones, ¿qué aprendizaje te queda?

.-Esto lo vi en una película argentina. La frase la dice un italiano que vivía en Buenos Aires: “Mi corazón hace aquí tic y allá hace tac”. Esa es la vida del migrante. En cuanto asumes que casi todo lo que te pase es un aprendizaje, mejor te lo vas a pasar.

.-¿Qué consejo le darías a tantos paisanos venezolanos que están migrando recientemente?

.-Que procuren acostumbrarse lo más rápido posible a su nuevo hogar. No por ello dejarán de ser venezolanos. Que si tienen hijos no se preocupen en exceso por su adaptación. Los niños en general son muy flexibles a estos cambios y los encajan bien y aprenden un montón.

¡Ah! Y que compren el libro “La cocinita de Papá” que les va a encantar (carcajadas).

–Suena “En el boulevar de los Sueños Rotos” de Joaquín Sabina.

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El libro está disponible en plataformas digitales.

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Un duelo raro

A Juanita Valderrey de González

Briamel González Zambrano

Cuando la parca se lleva a un familiar y se está lejos, el sentimiento es confuso. Hay dolor, claro. El estómago se estruja, pero tú no estás. No lo vives. No acudes al sepelio. Recibes la noticia por teléfono y te quedas en blanco. Luego rememoras todo lo que viviste junto a ese pariente. Ves fotos, quizá.  La garganta se te anuda. Piensas en la última vez que estuvieron juntos. En aquel abrazo antes de que te fueras al aeropuerto… En ese: «Dios te bendiga, mi linda. Llamas al llegar, ¿oíste?».

El cerebro actúa, a veces, de forma extraña (al menos el mío, que está muy maltratadito por tanto chocolate).  Para una parte del istmo del encéfalo, el familiar fallecido sigue vivo. Te olvidas de que ya no está, a lo mejor por el hecho de no haber acudido a las exequias. Piensas en llamarle por teléfono o ves en las tiendas cosas para regalarle. Microsegundos después te viene el recuerdo de que ha partido. Te dices: «Bueno, chama, no estabas. Es válido que la memoria ahogue ese episodio».

En el último año se han ido mi abuela y dos tías adoradas. Menos mal que cuando vivían les escribí muchas cartas y las leyeron con alegría.  Y las llamaba por teléfono y reían. Las tres me preguntaban siempre: “¿Hace frío ahora? Abrígate bien. ¿Estás comiendo como Dios manda? No vayas a adelgazar mucho que te pones fea”.  Esa demostración de amor que es preguntar siempre si has comido …

Un amigo escritor me dijo que estas muertes solo se asumen cuando se va a Venezuela y se comprueba que sus habitaciones están vacías, que hay  fotografías suyas con marcos que parecen mortajas, que en el camposanto hay  lápidas con sus nombres.

En todo caso, estar lejos no hace que el dolor sea menos insondable. La distancia se convierte en un abismo profundo. El Atlántico parece más grande. Te quedas  llorando algo que no ves y a alguien que tampoco volverás a ver y que sigue profundamente dentro de tus pensamientos.