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Abuelita, dime tú

Briamel González Zambrano

Juana Valderrey, mi abuela, hubiera cumplido 100 años en mayo pasado. Se fue de este mundo cuando tenía 94, ciega y con su cabeza lúcida hasta el final. Nació en los tiempos de la dictadura de Juan Vicente Gómez y murió cuando aún Chávez estaba en el poder.  Su tren de viaje fue de 1918 a 2012.

Desde que yo era pequeña le preguntaba cosas que nadie más le consultaba. Sobre mi abuelo (a quien no conocí), sobre Gómez, sobre Marcos Pérez Jiménez y cómo era vivir en tiempos dictatoriales. Ella alzaba la mirada, se tapaba la boca, se ponía remolona.

.- «¡De eso no se habla! ¡Eso ya pasó! ¿Para qué quieres saber?».

Y yo:

.- «¡Abuela porque me quiero imaginar cómo era todo , vivir sin teléfono, sin televisión. Cómo fueron esas épocas tan diferentes. Si es verdad lo que cuentan en los libros!».

Ella decía:

.- “No, no quieres ni imaginar eso, mija”.

Con los años, me fue respondiendo poco a poco, a trompicones. 

Me contaba que vivía con las puertas de las casas abiertas porque no había delincuencia, aunque sí mucho miedo. Que nunca le gustaron los uniformes militares porque le repartían el susto por el cuerpo. Bajaba muchísimo la voz para decirme que los horrores que decían sobre la «Seguridad Nacional» (la policía política de la dictadura perejimenizta) eran ciertos, eran peores.

.- «Hay cosas de las que jamás se contarán porque quienes las vivieron desean enterrar todo para siempre, para poder seguir adelante”, decía susurrante.

Paraba de hablar. Se cerraba del todo. Yo la dejaba sola en su habitación. Volvíamos sobre el tema cualquier día que yo insistía.

Mi padre se quedaba asombrado de que ella me contara esas historias que le rasgaban el pecho y la garganta, esos momentos de las que nunca habló con él, su único hijo. Yo le decía de broma: “Es que yo soy nieta favorita”. Él me respondía que no sabía si eso le hacía bien a Juana, que no fuera tan persistente.

Así pasamos años mi abuela y yo conversando. Cuando me hice periodista empecé a grabar  nuestras charlas y siempre me decía en algún punto de la plática: “Apaga el aparato un momentico que esto que te voy a decir no lo puedes poner, apaga, pues”. Como si ella supiera que algún día escribiría sobre todo aquello.

 

Un día me dijo: «Si yo no hubiera nacido en 1918, si yo no hubiera sido tan pobre, a mí me hubiera gustado ser como tú. Escribir y decirle a los políticos en su propia cara que no sirven para nada. Ay, si yo hubiera podido…» Entonces entendí por qué me contaba todo. Para que yo fuese su portavoz. 

Les cuento toda infidencia familiar porque en septiembre pasado se cumplieron 6 años de su partida y he pensado mucho en ella. Les cuento porque  la semana pasada algo me estremeció. En el capítulo de la serie española “Cuéntame cómo pasó”, Carlos, el protagonista, rememora cómo le preguntaba a su abuela Herminia por la Guerra Civil (1936-1939) y cómo se vivió en su pueblo, a quienes habían matado, cómo lo había vivido. La abuela Herminia, como mi Juana, se negaba a decir nada. Alegaba que no recordaba, que eso era tiempo pasado y olvidado. Sin embargo, Carlos es escritor y quiere hacer una novela sobre su abuela. La doña cedió y contó las dificultades vividas, el frío, el hambre, las muertes. También omitió algunos secretos inconfesables.

Al terminar aquel capítulo lloré pensando en mi abuela. Me reí de su terquedad, de sus arepas de muñequitos que me hacía para que yo comiera. Recordé mucho nuestras charlas. Eché mucho de menos abrazarla y decirle, como siempre lo hacía, aquella estrofa de la canción de Heidi: “Abuelita, dime tú”.