1.- A vivir con poco y aún así ahorrar. Cuando estás recomenzando, cuando te vas con papeles de estudiante, cuando no llegas como inversionista y no puedes tener un contrato de jornada completa, lo que toca es echar números cada mes. Te conoces de arriba a abajo los planes gratuitos de la ciudad. Revisas detalladamente gastos de vivienda, transporte y servicios. Aprendes a apagar las luces si no es necesario que estén encendidas y estás atento a cuál supermercado tiene mejores precios y calidad. Te enteras además de cómo ser un consumidor responsable y de cómo hacer reclamaciones en caso de que consideres que te han estafado. También estás pendiente de Hacienda, porque el Tío Sam (en todas sus versiones) también quiere saberlo todo de ti.
2.- A reinventarte a partir de lo que eres y lo que sabes en contraposición de lo que te ofrece tu nuevo destino. He visto médicos haciendo de hosteleros, dentistas con una tienda de ropa, periodistas siendo administrativos, informáticos, profesores de yoga. Te vas y tu mundo rota, gira, se mueve todo. Y tú te adaptas y aprendes a hacer limonada con todo lo que te cae del cielo. En la reconversión está la clave. En la capacidad de hacer lo que toca sin perder tus objetivos iniciales. En saber llevar el camino. Aunque parece un poco de autoayuda, es así queridos, y no hay nada de reprochable en ello. Por el contrario, es parte de la aventura. Como también lo es conocer y acercarte a la nueva cultura a la que has llegado. Resiliencia que llaman.
3.-A amar desde lejos y conservar amistades y familia. A esto nos ayudan mucho las redes sociales, pero es un ejercicio personal también. Los migrantes tenemos siempre la mitad del corazón latiendo en muchas partes. Vives con eso. Tus afectos también aprenden a saber que estás, aunque no aparezcas en la foto del cumpleaños, del matrimonio, del bautizo, ahí estás en pensamiento. Aunque en momentos amargos y dulces te toque hacer llamadas o mandar mensajes de voz en lugar de dar abrazos apretados. Ahí estás.
4.- A darle otro valor y otra mirada a tu país. La distancia otorga otra perspectiva de casi todo. Lo que antes era sagrado, ahora cambia de tenor. Lo insalvable parece tener otro color. Hay preceptos que se trastocan. Cosas que detestabas del gentilicio (antes de marcharte) casi te parecen entrañables y viceversa. Nunca, nunca, nunca dejas de pensar en ese lugar. Para bien, para mal. Para odiar lo que allí sucede, para querer estar allí cuando algo grande pasa. Eres de allí y allí están tus referencias, tus puntos de partida, lo que aprendiste y gran parte de lo que eres.
5.- A querer y agradecer lo que tienes, lo que aprendes y lo que quieres conseguir en el sitio al que llegaste. Dar gracias, siempre.