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5 cosas que aprendes al migrar, según La Rorra

Briamel González Zambrano

1.- A vivir con poco y aún así ahorrar. Cuando estás recomenzando, cuando te vas con papeles de estudiante, cuando no llegas como inversionista y no puedes tener un contrato de jornada completa, lo que toca es echar números cada mes. Te conoces de arriba a abajo los planes gratuitos de la ciudad. Revisas detalladamente gastos de vivienda, transporte y servicios. Aprendes a apagar las luces si no es necesario que estén encendidas y estás atento a cuál supermercado tiene mejores precios y calidad. Te enteras además de cómo ser un consumidor responsable y de cómo hacer reclamaciones en caso de que consideres que te han estafado. También estás pendiente de Hacienda, porque el Tío Sam (en todas sus versiones) también quiere saberlo todo de ti.

 

2.- A reinventarte a partir de lo que eres y lo que sabes en contraposición de lo que te ofrece tu nuevo destino. He visto médicos haciendo de hosteleros, dentistas con una tienda de ropa, periodistas siendo administrativos, informáticos, profesores de yoga. Te vas y tu mundo rota, gira, se mueve todo. Y tú te adaptas y aprendes a hacer limonada con todo lo que te cae del cielo. En la reconversión está la clave. En la capacidad de hacer lo que toca sin perder tus objetivos iniciales. En saber llevar el camino. Aunque parece un poco de autoayuda, es así queridos, y no hay nada de reprochable en ello. Por el contrario, es parte de la aventura. Como también lo es conocer y acercarte a la nueva cultura a la que has llegado. Resiliencia que llaman.

 

3.-A amar desde lejos y conservar  amistades y familia. A esto nos ayudan mucho las redes sociales, pero es un ejercicio personal también. Los migrantes tenemos siempre la mitad del corazón latiendo en muchas partes. Vives con eso. Tus afectos también aprenden a saber que estás, aunque no aparezcas en la foto del cumpleaños, del matrimonio, del bautizo, ahí estás en pensamiento. Aunque en momentos amargos y dulces te toque hacer llamadas o mandar mensajes de voz en lugar de dar abrazos apretados. Ahí estás.

 

 

4.- A darle otro valor y otra mirada a tu país. La distancia otorga otra perspectiva de casi todo. Lo que antes era sagrado, ahora cambia de tenor. Lo insalvable parece tener otro color. Hay preceptos que se trastocan. Cosas que detestabas del gentilicio (antes de marcharte) casi te parecen entrañables y viceversa. Nunca, nunca, nunca dejas de pensar en ese lugar. Para bien, para mal. Para odiar lo que allí sucede, para querer estar allí cuando algo grande pasa. Eres de allí y allí están tus referencias, tus puntos de partida, lo que aprendiste y gran parte de lo que eres.

5.- A querer y agradecer lo que tienes, lo que aprendes y lo que quieres conseguir en el sitio al que llegaste. Dar gracias, siempre.

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Otras 5 cosas que te pasarán si acabas de migrar

Briamel González Zambrano

 

Mi comadre Andrea Daza ha escrito en su blog el post: “5 cosas que te pasarán si acabas de migrar” y me ha invitado a que por favor diera mi versión. Aquí se las dejo. No tienen que cumplirse las 5, pero alguna por lo menos.

1.-Harás trámites. Dependiendo de la burocracia que te toque, esto puede ser una maratón. Conocerás todas las oficinas de Extranjería de la ciudad. Aprenderás de leyes y plazos. Tendrás una carpeta llena de papeles con fotocopias de: tu cédula de identidad, tu pasaporte, foto carnet (con cara de: “me levanté muy temprano para esto. Soy más bonita, lo juro”), partida de nacimiento, tarjetas bancarias y afines. Una noticia: esa carpeta te puede acompañar muchos años. No adelgaza la muy muérgana. La mía casi habla ya y me dice: “Hasta que tengas la nacionalidad, a mí no me puedes tirar a la basura, lero, lero”.

2.-Tu peso variará. Puedes engordar o adelgazar, pero un cambio habrá. En mi caso, adelgacé ocho kilos los primeros dos meses. Es decir, me quedé en el chasis.  Estaba comiendo como siempre, pero algo había cambiado: empecé a caminar. Ya no estaba horas frente al volante en una tranca  sino que caminaba de un lado a otro. La ropa se me caía, pero tranquilos. Han pasado casi cinco años. Ya los he recuperado (con creces, jiji).

3.- Si te vas a un país donde hay cambios de estaciones comprarás ropa de frío. Ya no te vale lo que te prestaban cuando ibas de turista. Yo llegué en pleno invierno. Lo primero que compré fue el abrigo y las botas. Te da pereza ponerte tanta cosa para salir. Luego llegar a un bar y tener que quitarte la mitad. Para irte a tu casa, ooootra vez a ponerse guantes, gorro, bufanda. Yo decía: “¡Ya vamos con el striptease!”. (Aún no me acostumbro).

4.-  Aprenderás el valor del dinero. Cuando vas de turista todo tiene el encanto de “Ta’ barato dame dos”. Dices: “Compra eso que cuesta 3 euros, chica.” o: “Mira, un pasaje en Ave a noventa euros, dale”. Ahora vives en esa ciudad y la situación es otra. Has llegado para vivir ahí. Así que cada dólar, peso, euro, cuenta. Lo de comer en la calle todos los días (como hacía en Caracas) se acabó, mi linda. A cocinar (¡Oh no!). Aprenderás además que en otros lugares la electricidad es costosa, que no debes dejar encendidas las luces y bueno, de la gasolina ya les hablaré en otro post, pero como ya saben, vale un ojo de la cara, así que nada de taxis a cada rato.

5.- Viajarás.  Pese al punto anterior, viajarás. Si llegas a otro país como estudiante y en plan exploratorio (como una gran cantidad de venezolanos) piensas que a lo mejor en un año estás de vuelta en casa y que es mejor conocer un poquito. Si tus amigos de la universidad son de un pueblo pequeñito y te invitan a su fiesta tú vas, porque es un viaje, es turismo y oportunidad de conocer.  La mínima ocasión es idónea para salir. Si te has ido a Europa, ese primer año mínimo vas a París, Roma o Londres. Siempre hay un venezolano que te puede invitar a su sofá-cama de Ikea. Además te volverás  experto en líneas de bajo coste y sus ofertas.

Ps: Aquí está la versión de Andrea Daza, la azotacalles