Entrevistas

Carleth Keys: Una venezolana de Nueva York a Madrid y viceversa

La periodista nos cuenta las diferencias que ha visto entre ser inmigrante en Estados Unidos y en España.

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Carleth Keys trabajó con ancla del telediario de NY1 en Nueva York

Briamel González Zambrano

Carleth Keys se fue de Venezuela en 1999. No porque Hugo Chávez tomara el poder ese año, sino por amor. Un novio estadounidense que había conocido por internet y al que había visto en persona pocas veces la flechó de tal manera que apenas terminó la carrera se marchó a Tampa (Florida) y se casaron. Ella abandonó su vida de reportera de la sección de Tecnología en el diario “El Nacional” en Caracas. Muy atrás quedaron sus días acelerados entre la redacción, hacer su curso de inglés en el Centro Venezolano Americano (CVA), ir a sus clases de Comunicación Social en la Universidad Católica Andrés Bello y luego ir en transporte público a su casa en la otra punta de la ciudad.

Su primer trabajo en Florida fue en una fábrica de chorizo, mientras buscaba con ahínco alguna oferta laboral como periodista. La oportunidad le llegó y se alejó del olor a embutido. Para su sorpresa, pasó a estar frente a las cámaras de “Bays News 9 en español”, un canal que ya no existe, pero donde aprendió cómo moverse, leer las noticias, hacer las pausas, sonreír y estar seria frente a un telediario.

.-¿Qué tal el cambio de periodismo impreso a la televisión?

.-“Yo no sabía nada de televisión. Ni era algo que yo quisiera hacer, pero fue el trabajo que conseguí y me cambió la vida. Al principio fue raro, pero tuve grandes maestros que se tomaron el tiempo de sentarse conmigo con mucha paciencia y enseñarme cómo funcionaba todo”, dice Carleth mientras conversamos en un gélido día de enero en su piso de Madrid.

Sus siete años en Florida fueron de mucha integración con el país. En Tampa no tenía latinos en su entorno y en ese época estrechó amistades con personas locales, por lo que trabajó mucho en perfeccionar su acento en inglés. En esa etapa además adquirió la nacionalidad estadounidense, de la que se siente muy orgullosa y agradecida porque cree que la cultura del esfuerzo y el mérito propio se premia en Estados Unidos.

En 2007 su matrimonio terminó y decidió buscar trabajo en Nueva York. Otra vez dejaba todo atrás para recomenzar. Sin contactos, sin amigos ni familia. Fue a una entrevista y a las pocas semanas le dieron el puesto en “NY1 Noticias”.

.-¿Cómo fue ese nuevo comienzo?

.-“Con mucho nervio porque no conocía a nadie, pero con mucha ilusión y ganas. Fue lo mejor que pude hacer. Los primeros días llamé por teléfono al Ayuntamiento para presentarme porque cubriría esa fuente. La persona que me atendió me preguntó de dónde era y le dije que venezolana. Entonces me comentó que había una paisana en la oficina de prensa. Me la presentó y ella ese mismo día me dijo que si quería ir a una fiesta, que me presentaría a mucha gente. Todas las personas que conocí esa noche son mis entrañables amigos de Nueva York.

Es una ciudad de inmigrantes, donde nadie tiene a su círculo familiar cerca. Entonces aprendes rápido que tus amistades se convierten en tu familia. Con ellos pasas los Días de Acción de Gracias, navidades y fechas importantes. Ellos son tus afectos más cercanos”, comenta.

En la Gran Manzana tuvo una etapa de trabajo frenético. Admite que se volvió workaholic. Además “NY1” también se hizo colaboradora de “Yahoo Moda”, que la llevó a alfombras rojas para entrevistas estrellas de Hollywood y grandes diseñadores.

“Yo no paraba. Trabajaba 24/7 sin descanso. Una vez mis amigos me prepararon una fiesta sorpresa por mi cumpleaños y no llegué porque un avión había caído sobre el río Hudson y yo lo estaba retransmitiendo en directo, porque además se veía desde las ventanas del canal. Así era mi vida de reportera. Yo vivía por y para las noticias: Elecciones, visitas del Papa, moda, estrenos de cine. Al final esa ciudad es la capital del mundo y todo pasa allí”.

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Y en Nueva York llegó de nuevo el amor.  Se enamoró de un español que se convirtió en su actual esposo y que en 2014, cuando nació su primer hijo, le hizo una propuesta. “Vinimos a Madrid a que yo pasara la baja de maternidad. Al volver a Nueva York, tendría en el canal un mejor cargo y mejores condiciones que había negociado mi agente antes de mi embarazo, pero nunca volví.  Decidimos quedarnos en España para que el niño estuviera cerca de sus abuelos, que creciera rodeado de familia. Renuncié por teléfono. Dije que me quedaba en España para ser mamá. Lloré mucho. Sentía que era un suicido profesional”, recuerda.

.- ¿Qué cambio sentiste en 2014 al convertirte en inmigrante  en España?

.-“Un cambio de velocidad total. Aquí las cosas ocurren a otro ritmo, mucho más pausado. La vida es más desacelerada. Al principio eso me costó mucho. Yo quería las cosas para ayer y eso no se podía. Es otra sociedad. El madrileño quiere además su tapa, su caña, ir de marcha, pero no te invita a su casa ni te presenta a su familia inmediatamente. Se reserva ese espacio, lo cuida mucho. No como los latinos que en seguida queremos integrar a nuestros amigos a nuestro entorno familiar, que nos parece lo más natural.

Me costó hacerme a Madrid por eso. Mis amigos de aquí al final son un circulo de expatriados también. Gente de Estados Unidos y hasta Japón. Mi suegra es estadounidense. Lleva 50 años viviendo en España y sus amigos son de otras partes del mundo”.

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Carleth en su faceta de corredora

.-¿Entonces sientes que no te integraste del todo a España?

.-“Sí, lo conseguí, pero me tomó un tiempo. Empecé a correr como una forma de entrenamiento y así he conocido mucha gente. Cuando tienes hijos también amplías el círculo, pero es un proceso más lento. Sin embargo, a día de hoy estoy enamorada de Madrid, de España y de toda la cultura.

Me gusta mucho este país. Aunque en la parte laboral no tuve lo que quise, que era trabajar en la tele. En los canales no hay diversidad, de momento. Si ves las noticias en Estados Unidos hay negros, chinos,árabes, indios, latinos. Aquí no funciona así. Te dicen que hay diversidad porque la chica del tiempo es de Canarias, por ejemplo, pero la realidad es que no hay esa cultura.

Si volviera a trabajar en unos años me plantearía hacer algo propio y detrás de las cámaras. He descubierto que hacer documentales, por ejemplo, me gusta mucho. Ahora mismo lo hago como un hobby y me encanta».

.-Has vuelto a Nueva York hace cinco meses porque el trabajo de tu marido lo envió de nuevo para allá. ¿Qué tal el reencuentro con la “Big City”?

.-(Risas) La sigo queriendo. Sin embargo, ahora tengo dos hijos así que no la puedo vivir con la intensidad de antes. Con los niños las prioridades cambian y echo mucho de menos mi vida pausada de Madrid. La gente en Nueva York vive para el trabajo y yo ya no estoy en ese punto. En Nueva York sigo corriendo y es algo que disfruto mucho, además de mi trabajo de madre que es el más exigente que he tenido.

El tema es que en España se aprecia el gusto de la vida. En Estados Unidos se vive para el trabajo. Veo a mis amigos inmersos del todo en sus trabajos, perdiéndose ver a sus niños crecer porque no les da tiempo de nada. No es lo que quiero para mí.

Es curioso, pero con  lo que me costó adaptarme a España, a mi vida tranquila, ahora mi mayor ilusión es volver a Madrid. Supongo que pasaremos unos años aquí y luego ya se verá. La vida está llena de sorpresas”.

Por lo pronto, volverá a Madrid en abril para correr la maratón y disfrutar de la primavera.

Mas información sobre Carleth en https://www.carlethkeys.com/

Instagram: https://www.instagram.com/carlethkeys/

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La familia de Carleth al completo.
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Un lugar reconocible

Briamel González Zambrano

Salí esta semana con una pareja de amigos y ella me decía que lleva siete años en España y nunca ha vuelto a Venezuela. Que echa de menos muchas cosas y que iría mañana de visita si las circunstancias se lo permitieran. Su marido, en cambio, negaba con la cabeza y dijo:

.-¿Cómo vamos a llevar a nuestros hijos para allá? ¿Cómo vamos a pasar nuestras vacaciones en un lugar donde no hay agua, no hay electricidad, no sabes cuánto cuestan las cosas, no hay seguridad ni comida? ¿Cómo vamos a ir a un sitio donde no funciona la sanidad? Un lugar de donde la gente sale caminando por la frontera porque no aguanta más. Hay que dar margen para que todo mejore un poco y entonces vamos.

Ella respondió:

.-Se nos van pasando los años dando ese margen y yo lo que quiero es abrazar a mis padres y a mis hermanos.

Yo, que estoy de acuerdo con el marido, me quedé conmovida. Estuve pensando en toda la gente que vive esa saudade perenne, esas ganas de abrazo apretado, ese duelo de no entender del todo qué hace tan lejos de su casa,cuando allí están sus familiares más queridos y su corazón sigue latiendo a la mitad.

En breve cumpliré cuatro años sin ir al país. En este tiempo han pasado tantas cosas que creo que si fuera hoy una buena parte me resultaría desconocida, como un tío muy querido al que llevas años sin ver y te sorprenden los cambios que la edad ha hecho en su físico. No entiendo la moneda, ni he visto nunca los billetes nuevos, no sé cuánto valen las cosas, no he visto en directo las colas para la gasolina, la delgadez de todo el mundo, las yincanas para comprar comida o medicamentos, la falta de suministro eléctrico. «Aunque lo veas en las noticias, una cosa es leerlo y otra vivirlo», me repite mi madre.

Otra amiga fue en marzo a Caracas en medio de los apagones y volvió tan espantada que dice que no regresará jamás, que no comprende la ciudad (como si alguien la comprendiese), que no entiende el funcionamiento de nada, que pasó días sin poder salir de casa por la falta de agua y luz.

¿Cuánto nos han desdibujado al terruño a quienes nos fuimos y a quienes siguen allí? ¿Cuánto lo han destruido? Me da por voltear las preguntar y pensar: ¿Qué aspectos de la vida no ha tocado la demolición nacional? La respuesta sale sola aunque no aplique para todos: A los afectos más profundos. Ese es el lugar reconocible, fulgurante, espacioso, inmenso.  Por ellos, hay quien siempre tiene ganas de volver de visita sin importar las penurias. Esa es la fuerza más poderosa, la del amor.

 

 

Texto recomendado:

El Apagón, un podcast de Radio Ambulante.

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El país es

Briamel González Zambrano

El país en un sobresalto. Una taquicardia. Un reflujo que te despierta en la madrugada, te hace tener pesadillas y te da la sensación de que vas a vomitar fuego.

El país es una interrogante. Cuando nos preguntan sobre él no sabemos explicar bien lo que ocurre porque hay que dar contexto histórico, causas, consecuencias, características. Así como nos enseñaron en el colegio.  Describir, pintar y contar un país cuando estás lejos para que tus amigos comprendan la ignominia y el terror. Para que les quede claro que no hay ropaje ideológico que justifique la inseguridad, la violencia, el hambre y la megainflación.

El país es oscuridad. Dejaron al 70% del territorio sin suministro eléctrico, generando caos, angustia, pérdidas y dolor. Soy del estado Bolívar, donde están las centrales hidroeléctricas más potentes y este escenario de tinieblas no nos extraña porque sabemos de la falta de mantenimiento de turbinas, sistemas e infraestructuras. En algunas zonas persisten los apagones y no se augura pronto una solución general. Las consecuencias de las fallas de electricidad están siendo tremendas y devastadoras para todos. Leo que a la gente se le está quebrando la salud, el ánimo y las emociones.

El país es sombra e insomnio. Con la detención de activistas y periodistas acusados en programas de la televisión pública, sin pruebas, sin delito, sin debido proceso y con mucha saña.  Ver la fuerza de portavoces de todo el mundo exigiendo libertad da sosiego. Ver que los dejen libres devuelve el alma al cuerpo.

El país es luz. La contrapartida del corte eléctrico y la ignominia es la esperanza rabiosa de la gente. La ilusión y terquedad furiosa del que sigue allí para ver el final del horror, contarlo y participar en la reconstrucción.  El brillo de venezolanos que tienen proyectos pintados, escritos y en su cabeza para cuando el oprobio se acabe. La fuerza que veo en amigos queridos que saben que hacer refulgir al país decente tomará tiempo, pero no les importa porque quieren hacer  y estar ahí.

El país es resplandor porque en todos los lugares del mundo a donde ha llegado un venezolano se está contando esta historia de infamia que vive Venezuela y a la vez se muestra el tesón de quienes nos hemos ido y trabajamos por integrarnos en nuevas culturas sin olvidar la nuestra.

Me aferro al brillo, a la esperanza. No como un acto de negación del ultraje y la indolencia. Sino como reafirmación de que podremos acabar con eso. El país es eso también. La insistencia en que todo puede ser mejor.

Las centrales hidroeléctricas están ubicadas en el estado Bolívar.

 

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Un contencioso sin resolver

Briamel González Zambrano

En Navidad se suele alborotar la nostalgia (según el diccionario de la Real Academia Española la nostalgia es 1.- La pena de verse ausente de la patria, de los deudos o de los amigos. 2.- Tristeza melancólica originada por el recuerdo de una dicha perdida).  Entre los adornos, los anuncios publicitarios y que se supone que hay que tener un ánimo determinado porque es una temporada del año para estar feliz. Uno de lo que se acuerda es de que está lejos de los suyos, que atrás quedaron otros tiempos (como es natural, desde luego), que llevas años sin ver a mucha gente que amas, que hay un sol resplandeciente, calor y playa y tú estás lejos de todo aquello. Pero no, yo lucho contra la mentada señora. Recuerdo que mi vida está aquí, mi ahora es aquí y también mi alegría.

Tengo un contencioso con la nostalgia desde hace muchos años. Nos miramos de frente, pero yo la quiero lejos, como si fuera una apestada. Le reviro los ojos. Le cierro las puertas. Ella busca colarse por las ventanas. Se me aparece disfrazada en forma de arepa, en una canción, en un libro, en una hallaca con un lindo poema de mi amiga Adriana Bertorelli, en un pan de jamón y hasta en las respuestas que doy cuando algún amigo español me pregunta algún dato sobre Venezuela (desde cuánto petróleo se produce hasta por qué se han ido millones de personas del país). Yo la vuelvo a ver  y le digo: “Quieta. Atrás, vete lejos y no vuelvas. No echo de menos ni las cuñas de navidad de los viejos canales de televisión, ni Guaco a todas horas, ni a Nancy Ramos y su: «Voy corriendo a mi casa a abrazar a mi mamá», ni a José Feliciano, ni Vos Veis (ahora San Luis) y su «Navidad y yo tan lejos»,  ni que se vaya la electricidad, que los supermercados estén repletos de escasez o que no funcione internet. Así que déjame tranquila y lárgate. No quiero echar de menos algo que ya no existe”. La tipa es terca. Yo también.

Hay un momento de diciembre en que ella siempre me gana. Y yo claudicante, le regalo esa pellizco de victoria momentánea, porque en el fondo es el día en el que ella baila y yo…me achicopalo un poco. Cada 31 de diciembre que echo de menos a mi madre, a mis hermanos, a mis tíos y primos, a mis amigos (aunque me queden pocos en Venezuela), a las maletas corriendo por la calle Venecia, el ruido, la música, la guitarra y el cuatro en mi casa siempre sonando. Cada 31 de diciembre que pienso en que mi padre ya no está en este mundo para, aunque sea, cantarme por teléfono y decirme que me abrigue, que debe hacer mucho frío en España. Cada 31 de diciembre flaqueo, me pongo tontorrona, lloro un poco, quedamente. Mi amor me abraza fuerte. Se me pasa. Porque el 1 de enero ya estoy fuerte y a la tipa esa, la nostalgia, no le doy ni agua.

Deseo que la mantengan a raya, que celebren la vida en el nuevo destino, que agradezcan, que abracen, que festejen y que por su puesto tengan: ¡Felices Fiestas!

El árbol del Parque de la Navidad en Puerto Ordaz, Venezuela.
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La Rorra en el teclado: 5 años hablando de migración venezolana en España

            Nostalgia (del griego clásico nóstos «regreso al hogar» y álgos «dolor») . 
Pena de verse ausente de la patriade los deudos o amigos.
 
 
Briamel González Zambrano
 

Hace justo 5 años empecé a escribir esta bitácora. Lo hice para saciar mis recurrentes ansias de darle al teclado. Comencé sin saber muy bien si sería constante y si el contenido le interesaría a alguien. Aquí he hablado de qué significa que se vayan tus amigos del país, de cómo armas tu maleta y te vas tú también, de cómo digieres la muerte de tus seres queridos estando lejos, de lo lindo que es conocer y adaptarse al país destino, en mi caso, a España. 

 

Les conté la cantidad de visitas de paisanos que recibes en tu sofá, los encargos que te hacen cuando alguien sabe que viajes a Venezuela, donde están los restaurantes venezolanos en Madrid. Les dije además cómo se transforma el pensamiento del migrante, cómo cambiamos nuestra manera de vestir, nuestro vocabulario y también de ver el mundo. Para el blog también entrevisté a Daniela Páez, Patricia Cardozo, Ariana Arteaga Quintero, Michelle Roche. (No me había dado cuenta, pero ahora voy a por las entrevistas de los chicos).

 
Me hace gracia pensar que este blog es ya una niñita de cinco años que se pasea por sus pantallas para contarles aventuras de inmigrantes venezolanos en España. Me la imagino como una pequeña testadura que insiste en que hagas clicks porque , si hay suerte, los pocos párrafos que contienen cada post te harán pensar, reír o enfurecerte. Una  niña migrante, negrita, que se queja del calor, que quiere playa siempre, que se enfada con los políticos y se ríe con los amigos. 
 
Quiero agradecer a los lectores que han pasado por alguno de los 100 post, a aquellos que me dejan sus opiniones por aquí, a través de correos electrónicos o por la redes sociales. Es una linda recompensa leerlos a todos. Saber que hay alguien al otro lado. Alguien que asiente, que está en desacuerdo o que me dice que faltó algo que añadir en el post. ¡GRACIAS MILES A TOD@S!
 
 
Para celebrar estos 5 años, les dejo la lista de los 5 post más leídos del blog. Vayan y lean. Yo lo pongo por aquí, con cariño siempre. 
1.-Irse y volver (Aquí cuento la primera vez que volví a de vacaciones a Venezuela)
2.- Explicar el país. Lo que dije cuando asesinaron a  la actriz Mónica Spear
5.- Los retornados. (Hablo de los españoles que vivieron en Venezuela y vuelven a su patria).

 

¡Gracias por estos cinco años de La Rorra en el teclado!
 
 
 
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Test de nacionalidad venezolana

Briamel González Zambrano

Desde hace unos años se implementó una ley en España que incluye la realización de un examen tipo test entre los requisitos obligatorios para obtener la nacionalidad española. En la prueba hay preguntas sobre geografía, costumbres del país, las fiestas, los idiomas que se hablan, política, arte y cultura general.

Hice el examen en 2016 y recuerdo que cuando repasaba las preguntas, interrogaba a mis compañeros de trabajo. A ellos les parecía alucinante porque había muchas respuestas que desconocían. Una decía siempre: «Bria aprobará y yo, que soy de Madrid de toda la vida, no sacaré ni la mitad de la nota». Reíamos.

Les cuento esta anécdota porque noto que, de vez en cuando, se pone en tela de juicio la venezolanidad de quienes nos fuimos. Es algo recurrente e irritante. Sobre todo porque cada quien lleva y expresa a su país de una manera personal y como le apetece. No creo que nadie tenga la vara correcta para medir eso.

Cuando migras, puede cambiar tu acento, pueden cambiar las palabras que usas, tu habla cotidiana. Cambia (casi seguro) tu forma de vestir si te vas a un país con estaciones, cambia también tu percepción de casi todo.¿Y qué con eso? Al final, migrar es  también un viaje hacia ti mismo.

Resulta que esas transformaciones naturales y lógicas, no lo son tanto para cierta gente. Entonces es cuando escucho burlitas, chistes  o tonos socarrones si alguien celebra Halloween , el 4 de Julio o  el Día de Acción de Gracias  en Estados Unidos, o el Día de Muertos en México, o el Carnaval en Río, o las Fiestas del Pilar en España. La mayoría de quienes hemos llegado a un país nuevo queremos (y debemos) aprender de esas costumbres que nos son ajenas, comprenderlas, estudiarlas y adaptar a nuestra vida aquellas que nos gusten.

No tiene nada de malo participar. Vives en esa nueva sociedad y quieres formar parte de ella. Esto parece una perogrullada, pero hay que aclararlo a quienes piensan que dejas de ser venezolano por conjugar los verbos de otra manera, por vestir distinto, comer otras cosas y por analizar de forma crítica lo que pasa en Venezuela.

No hay que tener  una camiseta de la Vinotinto, ni escuchar cada día a Simón Díaz, no hay que hablar caraqueño rajao, ni bailar joropo para saber y sentir de dónde vienes. Cada uno es venezolano a su manera y ese es su derecho.

Creo que por mi fenotipo, nunca pararán de preguntarme de dónde soy y lo diré siempre: De Puerto Ordaz, estado Bolivar, Venezuela. Ahora España es mi casa y me gusta, la quiero y la respeto. No es incompatible. Lo incomprensible es que haya quien no lo entienda.

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Secuelas del miedo

                                                                                             «Sin seguridad no hay libertad»

Briamel González Zambrano

Me gusta pensar que he ganado libertad desde que me fui de Venezuela, que ya no temo a las calles solitarias y oscuras. Es cierto. Voy con el móvil por la calle y en el metro. Camino sola de madrugada por la ciudad y uso el transporte público a cualquier hora. A veces, si me apetece, utilizo ciertas prendas y relojes que en Caracas no podía sacar ni del cofre. No tengo miedo de que me puedan matar de un balazo para quitarme las zapatillas de deporte. Las únicas armas que he visto desde que vivo aquí son las de los cuerpos de seguridad del Estado y de ciertos vigilantes (y reconozco que me quedo mirándolas). Todo eso es verdad.

Hay una parte de mí, sin embargo, que lleva  cincelados el miedo, el terror, la violencia. Es un pedacito pequeño, sí, pero ahí está. Es inquietante.

Cuando voy en el coche y veo un motorizado, temo. Si coincido con él en un semáforo y se mete las manos a los bolsillos, pienso que puede sacar un revólver. Me ha pasado ya dos veces. Luego me río, pero es un trauma, desde luego.  El instinto de supervivencia trabajado durante años nos late.

Si en el mismo semáforo alguien pide dinero o quiere limpiar la luna del coche, cierro los seguros y acelero si puedo.

Mi pareja me riñe porque no me gusta pasear de noche por los parques. Lo hago casi como terapia de choque, pero voy con un pelín de miedo. Y él va tan tranquilo y me repite que no va a pasar nada.

A veces abro mi bolso y lo ausculto buscando la billetera, quiero asegurarme de que sigue allí, que nadie se la ha llevado.

Cuando hay fuegos artificiales por alguna festividad, yo tiendo a pensar que pueden ser disparos. Es absurdo, pero en la capital venezolana el sonido de las balas era cotidiano para mí.

Una compañera de trabajo llamó a la oficina hace años para decir que le habían robado la cámara, que estaba en la policía poniendo la denuncia. Yo estaba recién llegada a Madrid y la increpé: «¿Estás bien? ¿Cuántos eran? ¿Arma blanca o de fuego? ¿Alguna herida? ¿Fuiste al hospital?». Todos se rieron. Ella solo tuvo un descuido en el metro y alguien se llevó el aparato. Yo ya me había hecho la película venezolana.

Les cuento todo esto porque esta semana vi a una compañera de aventuras periodísticas que lleva menos de un año en España. Me dijo que aún no se siente capaz de utilizar el teléfono en la calle, que camina viendo para los lados siempre, que a las 7 de la tarde está en casa, que en el metro también permanece atenta.

Yo le digo que se le pasará, que el tiempo hace su trabajo y que todo se olvida, aunque siento que no sea del todo cierto. Sin embargo, deseo que ella y todo el que migre aprenda a saborear la libertad y sepamos todos aplastar los traumas del miedo que nos sembró nuestro violento país. Que aprendamos a ser libres, a cuidarnos razonablemente porque en todos lados hay delincuencia.

Merecemos  vivir sin terror.

Y, desde luego, también deseo que la inseguridad desaparezca en Venezuela y deje de impregnarlo todo. Soy consciente de que esto tomará años.

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Fachadas

«No hay tierra como la tierra de tu infancia».Michael Powell
«La verdadera patria del hombre es la infancia». Rainer María Rilke.
«A veces me escribe la infancia/
una tarjeta postal
¿Te acuerdas?» 
Michael Krüger 
Briamel González Zambrano

El fin de semana me llegó al móvil la foto de la fachada de una casa. El remitente solo dijo en el grupo de amigos del colegio: «Quise compartirla con ustedes». No escribió nada más. Él sabía lo certero de aquel mensaje. Es la casa de su infancia. Ahora luce con maleza, las paredes desconchadas, cerrada, con la rejería descolocada, algo derruida, acusa abandono. Estoy segura de que a todos los destinatarios nos sorprendió verla así, como parte de una escena apocalíptica. 

 

Aquella quinta con nombre de fría ciudad italiana está en mi natal Puerto Ordaz, una de las urbes más calientes de Venezuela. Allí estuve en cumpleaños, barbacoas, viendo partidos de fútbol, estudiando con cuadernos, enciclopedias, diccionarios de Latín, con el libro amarillo de Historia Universal firmado por  Aureo Yépez Castillo, con el libro negro de Biología de Serafín Mazparrote y siempre sobre la mesa había vasos metálicos llenos de Nestea o de Toddy. Muy cerca un mueble con portarretratos con fotos de los hijos. Los padres  pasaban verificando que de verdad estábamos repasando. 

 

En una fracción de segundos recordé todo eso. Al padre italiano siempre de punta en blanco, con su acento y sonrisa muy marcados. A la madre guara de voz suave, solícita, cariñosa. Recordé el salón, los cuadros y que cuando estuve en Italia por primera vez pensé en aquella vivienda. También rememoré una llamada a mi móvil en plena madrugada hecha desde esa casa en el año 2001: «¡Soltaron al carajito, negra! ¡Lo soltaron! ¡Es libre!». Mi amigo me avisaba que habían liberado a su hermano pequeño, luego de un secuestro que tuvo en jaque a la policía  durante varios días. Aquello se resolvió porque la familia pagó el rescate sin decir nada a las autoridades, pese a que los tenían instalados en su hogar y con sus teléfonos intervenidos. 

Respondí al mensaje de la foto: «¡Qué recuerdos! ¿Quién vive allí ahora?». La respuesta de mi amigo Gianca (que vive en Panamá) fue: «Nadie. Mi familia la vendió hace años y quienes la compraron nunca han estado. La abandonaron». Entonces pensé en las casas del resto del grupo, en sus nombres con letras de bronce pegados a la pared principal, pensé en la de mis padres: La Gonzalera. 

Evoqué  también en esa sensación pesada de estar en el Ortiz de «Casas Muertas» que a veces da al volver al lugar de origen, después de años sin vivir allí.  Seguramente usted, estimado lector, puede hacer lo mismo. Cerrar los ojos y ver la casa donde creció, recordar cómo era, su ubicación, sus muebles y si todavía sigue en pie, si aún la visita o queda algún familiar viviendo en ella. Si la vendieron, pensará quien vivirá allí y si la disfruta y es feliz. Si está alquilada o vacía, a la espera de que en Venezuela haya un mercado inmobiliario razonable para venderla. 

Los sitios de la infancia no permanecen físicamente para siempre. Eso lo sabemos todos. Sin embargo, hay quienes sentimos que nos robaron la posibilidad de visitarlos cuando nos apetezca, de ver a los vecinos y algún imprudente te diga que has aumentado de peso o de que te vas a quedar para vestir santos, de pasear por los parques, de ver a las tías cada domingo, o de que los hijos crezcan con primos o padrinos cerca, de que esos niños sepan lo que es una mata de mango porque se subieron a ella y que visiten a los abuelos sin Skype de por medio. Eso nos lo arrebataron de cuajo a algunos. Siempre trato de no quejarme de ello, de agradecer donde estoy y la vida que tengo. Sin embargo, la foto de esta fachada me ha dejado tan pensativa que no pude evitar hacer esta reflexión. 

Ya no hay domingos familiares porque los hijos estamos en diferentes países o ciudades, ya no hay vecinos porque muchos también se han marchado, ya no hay parques porque toca encierro, porque la inseguridad mata y lo hace cada día. No hay: «Inventemos una parrilla este domingo que hay béisbol, fútbol, elecciones o porque ha nacido un bebé», porque comprar carne es casi de millonarios. Ya no hay visitas desde Caracas a Puerto Ordaz porque no quedan casi vuelos, ni repuestos para el coche, ni carreteras seguras. Ya no hay invitaciones para tomar café porque ese es un producto escaso, como el papel del baño, como  los medicamentos, los alimentos, las servilletas, como casi todo. Escribo esto y no desvelo nada. Todo es conocido, pero tenía que decirlo otra vez. Esa fachada, la de quinta Firenze, me habló, me dijo cosas, me llevó a lugares y por eso lo he querido contar. 

El periodista canario Juan Cruz dice que los seres humanos: «Somos nuestra infancia, lo primero que se aprende es lo último que se olvida, según se pierden los recuerdos uno se despide de sí mismo».  Así que conservemos nuestros recuerdos tanto como podamos. Que esta devastación tan horrorosa no nos los quite. 

Muchas de las casas en Venezuela están clausuradas o muy deterioradas por la situación actual del país.
Esta foto es en Puerto Ordaz.
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Los que más crecen, los que más piden

Briamel González Zambrano

El diario ABC publicó esta semana una nota según la cual la comunidad venezolana es la colonia extranjera que más crece en Madrid. Estamos en casi todos los barrios, en todas las escalas sociales y ocupamos cargos en diversas industrias. Casualmente, en estos días estuve con una persona de Cáritas, la rama de la iglesia católica que trabaja con los más excluidos y  me dijo: «Los venezolanos son los extranjeros que más acuden a nuestras sedes para pedir comida, ropa y trabajo en España». Yo me quedé pensativa. Estuve cavilando sobre el tema, sobre este desembarco que no cesa, imaginando las caras que hay detrás de todos esos números: Mis paisanos.

Retrocedí también a mi vida en mi natal Puerto Ordaz. Una ciudad planificada y repleta de inmigrantes. Allí crecí viendo cómo mis amigos, hijos de colombianos, se ayudaban con otros colombianos, lo mismo pasaba con españoles, portugueses, italianos, chilenos, peruanos, bolivianos, libaneses y griegos. La lista de las aulas de mi colegio era una retahíla de González, García y Pérez mezclados con apellidos venidos desde todas partes, a veces impronunciables . Los vi ayudarse, tener sus clubes, hermandades, celebrar las fiestas y hacer las recetas de los países de origen, mezclar su sangre y su vidas con venezolanos, crecer.

Ahora estamos nosotros los venezolanos en esta tesitura. Somos los que más crecemos en número y también los que más pedimos a la beneficencia. Es lógico. Se está huyendo. A la luz de lo acontecido esta semana, la violencia del gobierno aterroriza, espanta y hay quien sale corriendo con lo puesto. Tenemos un gobierno que asesina en directo, que involucra grupos paramilitares en operativos en los que trabajan los Cuerpos de Seguridad del Estado. Esto nadie lo explica. Una periodista pregunta qué ha pasado y llama a la reflexión en la tele y la echan de su trabajo, luego de 17 años de servicio. Aprovecho para presentar mis respetos para Alba Cecilia Mujica, una periodista que ha sido guía y formadora de varias generaciones.

Hay semanas así. En que Venezuela es un aliento contenido, una herida con la carne enrojecida y que no se cierra. Es una metralla de acontecimientos desafortunados que te golpean. Mientras tanto, las cifras nos hablan por sí solas. Un país con un goteo indetenible de personas que huyen y otra parte de su población que resiste, que lucha, que sobrevive allí. Ambos grupos con el corazón en un puño, soñando que todo cambie, que todo mejore, que termine la pesadilla.

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Los retornados

«Me voy para volver.
Vuelvo para irme.
 Y así he vivido.
Sin acabar de irme.
Sin poder quedarme.
Sin saber por qué»

Fernando Vallejo

Briamel González Zambrano

 

Miles de inmigrantes desembarcaron en La Guaira sin saber a dónde habían llegado

Me conmueven mucho siempre las historias de los inmigrantes que pasaron décadas en Venezuela y ahora han vuelto a sus países de origen debido a la situación actual. De verdad se me saltan las lágrimas al escucharlos hablar con profundo amor de aquel país que los recibió y cobijó por décadas.  Quieren, añoran y sueñan con ese lugar que, para mí ya no existe, ya no es.

Siempre que tropiezo con alguno de ellos los entrevisto, les pregunto sobre su llegada allí, sobre lo que hicieron, lo que construyeron y lo que vivieron. Les pido que me cuenten cómo conocieron a su pareja, si criaron a sus hijos con las costumbres del lugar de origen, si volvieron de visita a sus casas. Me relatan esos desembarcos en La Guaira, ese clima tropical que desconocían, ese sol picante que les hizo brotar más pecas y ese mar Caribe caliente. Adoptaron a un equipo de béisbol local, casi siempre a Los Tiburones de La Guaira. Se hicieron amigos de sus paisanos, construyeron su empresa: un taller mecánico, un supermercado, un vivero, un restaurante, un comercio de cualquier ramo en medio de un país pujante, boyante y vibrante.

Ahora vuelven a su terruño en  Europa (Italia, España y Portugal principalmente) y en otros países de América Latina (Chile, Ecuador, Perú, Colombia) con la desazón de dejar atrás aquello que construyeron con tanto sudor. Vuelven tristes, apretando su lata de galletas llena de fotos sepia de cuando eran jóvenes e inexpertos. Sin ganas de usar el abrigo, viendo siempre las noticias de Venezuela. Sin entender la política de su país de origen. Se deprimen, pero se sobreponen por sus hijos, por sus nietos. Sus miradas se humedecen en cuanto les pregunto por sus años en la Venezuela del pasado, la que ellos disfrutaron.

«Todo era alegría y calor. Nunca aprendí a bailar, pero lo hacía con los ojos,  al ver a los venezolanos. Me fui de Galicia siendo una adolescente. Todos los días pienso en Venezuela. Pasé 52 años años allí antes de volver a España. Cin-cuen-ta y dosss. Así que ¿quién es más venezolana, tú o yo, carajita?», me dijo una gallega con sonrisa tristona, su acento marcado y mirándome a ojos.

Abrazo a  todos los padres de mis amigos inmigrantes que vivieron en Venezuela, a todos mis panas que ahora vuelven a las tierras de sus abuelos para hacer lo mismo que ellos, buscar un futuro. Esta vida cíclica de ida y vuelta nos está enseñando mucho a todos. Sigamos aprendiendo y oigamos las historias de aquellos que fueron a nuestro país, siempre tienen algo bueno para contarnos.

PS:  Mi recomendación de la semana es que escuchen este programa de Radio Ambulante. Hablan los periodistas Sinar Alvarado y María Gabriela Méndez sobre migración venezolana , el país que fue, cómo es irse, cómo es regresar.  Denle al play: Radio Ambulante: Boom y colapso.