Migrantes

Madres que sueñan

Briamel González Zambrano

Hace pocos días me conmovió el relato de una madre venezolana quien me contó que había logrado reunir a sus cuatro hijos en Madrid. Todos, progenitores y vástagos, viven en países diferentes. La mujer lideró la gesta que implicó reunir presupuesto para los viajes de todos, hacer coincidir vacaciones y superar la burocracia pandémica en los aeropuertos con el único propósito de encontrarse todos en un mismo lugar después de más de ocho años.

Esta historia me hizo pensar en cómo valoramos el tiempo con la familia una vez que estás lejos y en las líneas que permanecen inalterables en nuestras listas de deseos, en que llevo siete años sin ir a Venezuela, en que no sé cuándo mi hijo podrá conocer de dónde viene su madre. Aunque tampoco tengo especial prisa porque aún es muy pequeño.

Algo tan sencillo como una reunión familiar entre unos padres y sus hijos es una tarea titánica para muchas familias venezolanas

La madre no quiso ir a museos, ni dar paseos, ni ir a restaurantes, ni exposiciones, ni tiendas. Solo quería tener a sus hijos juntos como si celebraran navidad en plena primavera. Los quería tener cautivos en el piso que alquilaron. Sentados con juegos de mesa, viendo fotos, recordando anécdotas y actualizándose hasta la madrugada, tomando un poco de vino y haciendo videollamadas a primos y tíos. Los hijos se rebelaron un poco del plan materno para poder conocer algo de la capital española, pero la complacieron en estar juntos para todos lados.

“Yo no quería salir porque me da terror el Covid. Ya somos mayores mi marido y yo, pero estar con ellos otra vez, fue cumplir un sueño. Recé mucho para que esto ocurriera. No sé si será la última vez ¿sabes? Así que con esto me quedo, con los días por aquí y la idea de que podamos hacerlo en otra oportunidad”, me dijo suspirando.

Por esas madres que rezan por sus hijos migrantes todas las noches, por las madres que rezan a la vez por sus propias madres que están lejos,  por las que han vencido el miedo a los aviones para ir a ver a sus hijos y nietos por el mundo, por aquellas que tragan fuerte al hablar por teléfono en la distancia de las navidades, los cumpleaños, los nacimientos o los duelos, por las que tienen a todos sus hijos en diferentes continentes, por las que se tuvieron que ir de su país y sueñan con regresar a un lugar donde sea posible el reencuentro. Por las madres que sueñan he escrito estos párrafos. Para desearles, desearnos, un feliz día.

¡Feliz día madres!

Feliz día de la madre 2022
Felíz día de la madre
Migrantes

«Venezuela está ahí»

Briamel González Zambrano

Una amiga que vive en Estados Unidos estaba hace pocos días disfrutando de un crucero en familia. Al pasar por Aruba señaló a un lado de la costa y lo primero que le dijo a sus hijos adolescentes es que: «Venezuela está ahí». En efecto, entre la isla caribeña y el Cabo de San Román hay apenas treinta y siete kilómetros. Me llamó la atención este gesto de mi amiga porque yo también lo hice con mi hijo Mateo cuando estuvimos en Cádiz el verano pasado. Sentados en la arena y mirando al Atlántico le conté que «al otro lado del mar se encontraba el país de su madre, mucha familia y amigos (como si un bebé de meses pudiera entender de geografía y migraciones).

La necesidad de enseñarle a nuestra descendencia sus orígenes creo que acompaña mucho al migrante en general. Ya sea a través de la música, el baile, las palabras, el acento o con gestos como ponerle a la mascota o a la casa nombres como «Caribe», «Amazona» o «Canaima». Porque llega un punto en el que los hijos nacidos en el país de acogida notan que en su hogar se dicen palabras que no oye en la calle, se habla de una forma diferente, hay fotos de lugares lejanos y siempre hay llamadas telefónicas con familiares que viven a muchos kilómetros de distancia.

Mis amigos que son hijos de migrantes en Venezuela dicen, de broma, que sabían que eran hijos de extranjeros porque en la lonchera del colegio había sanduich con chorizo , pizza o bolo do caco, mientras que sus compañeros tenían arepas y malta. También en las navidades, que se comían cosas diferentes y que en sus casas no se hacían hallacas o no había abuelos presentes sino en fotos. Además oían historias de guerras, dictaduras, hambre, fronteras, despedidas, viajes largos en barco, maletas y arribos a puertos como La Guaira o Puerto Cabello.

La maternidad, entre otras cosas, me ha hecho pensar en qué le contaré de la migración a mi hijo y cómo. La información general sobre Venezuela la tendrá en internet, pero las razones de cada migrante son íntimas. Por el momento, ya come arepas, le leemos un libro que se llama «Mis primeras palabras venezolanas», tiene camisetas de la selección Vinotinto y de Los Leones del Caracas que le han regalado mis amigos. Además, desde que estaba en mi tripa le cantaba canciones de «Serenata Guayanesa», así que él ya sabe que «La Pulga y el Piojo se quieren casar».

El otro día echaban en la tele un documental de África. La voz en off del locutor dijo: «estos animales se dispersan por la gran sabana africana». Yo empecé a cantar «Sabana» de Simón Díaz. Mateo se empezó a reir sin entender nada y al final bailó también. Parece que le diré siempre : «Venezuela está ahí», cuando aparezca la ocasión.

Entrevistas

“Nunca se deja de ser periodista”

Aymara Lorenzo, quien fuera una de las reporteras más destacadas del canal Globovisión durante trece años, ha lanzado su plataforma digital www.aymaralorenzo.com. En ella ofrece consultoría de comunicación y su web show “Conéctate”, con noticias de actualidad y contenido de desarrollo personal. Además es corresponsal de Radio y Televisión Martí.  

Briamel González Zambrano

Imponente. Así era la presencia de Aymara Lorenzo Ferrigni cuando llegaba a la cobertura de alguna información en Caracas. Por lo menos así la recuerdo yo. Con sus cejas muy arqueadas, sus dientes alineados perfectos y su postura recta saludaba a todos los compañeros con cariño y rapidez. Preguntaba si habíamos visto ya al portavoz, si había nota de prensa. Escribía en un aparato diminuto llamado  T-Motion a sus jefes en el canal. Daba instrucciones a su camarógrafo, al asistente y al conductor de Globovision, el canal de noticias donde trabajó durante trece años entre el 2001 y el 2014. A mí me impresionaba que se sabía todos los grados de la fuente militar, los nombres (o más bien los dos apellidos) de esos uniformados, sus cargos, el componente al que pertenecían y parte de su trayectoria dentro de las Fuerzas Armadas de Venezuela.

Hago una videollamada a Aymara Lorenzo para entrevistarla por el Día del Periodista en Venezuela. Me atiende sentada en su despacho en Caracas. Se había vacunado el día anterior y aún estaba enfadada porque había visto un abuso de poder en el lugar donde le tocó acudir. Le recuerdo la imagen que he descrito en el párrafo anterior, ella suelta una carcajada y me dice: “Bueno, negra, no sabía hacer las cosas de otra manera. Siempre protegiendo a mi equipo. Que supieran dónde poner la cámara era fundamental porque muchas veces íbamos en vivo y porque uno sin su camarógrafo no era nadie. El chofer tenía que tener claro en que parte de Caracas estábamos por si había que salir corriendo. Estar coordinados era muy importante. Con respecto a la fuente militar, cuando me la asignaron empecé a estudiar muchísimo cómo funcionaba. Es un ambiente muy masculino y machista. ¿Cómo me iban a respetar como periodista si no sabía diferenciar a un vicealmirante de un capitán de navío? Tenía que conocer todos los estamentos”. 

Aymara Lorenzo está enfocada en el desarrollo de su plataforma digital. Foto: Guillermo Suárez

Desde que estudiaba Comunicación Social en la Universidad Católica Andrés Bello (de donde egresó en 1995), Lorenzo siempre tuvo más de un trabajo al mismo tiempo y se movía en todos los ámbitos del periodismo. Era reportera de televisión, de emisoras de radio y también redactaba reportajes para diarios regionales. Además de Globovisión, a largo de su trayectoria profesional Lorenzo estuvo en medios como Kys FM, El Tiempo de Puerto La Cruz, Agencia Venezolana de Noticias, CMT, Notitarde, El Mundo, Mágica 91.9 FM, CBS, Venevisión y La Voz de América. En la actualidad es corresponsal en Caracas de Radio y Televisión Martí, que es un servicio internacional que transmite noticias en español desde Miami hacia Cuba.

Su proyecto más personal es la plataforma digital http://www.aymaralorenzo.com, donde ofrece asesorías comunicacionales, formación de vocería (portavoces), además de su web show en Youtube llamado “Conéctate”, donde se entrevistó a sí misma para mostrar su lado más íntimo que siempre ha procurado guardarse. En esa conversación develó que quiso siempre ser actriz, que es amante del teatro y que le interesan mucho la poesía y escribir ficción.

.-Eso de revelar un poco más de ti en la web te costó mucho, ¿no? ¿Por qué ahora?

.-Soy de la escuela en la que nos enseñaron que el periodista no es la noticia jamás. No somos lo que importa a la audiencia. Yo no soy de estar haciendo shows con mi vida.  En el año 2002 me secuestraron y nunca lo dije. Llevé mucho palo por trabajar donde trabajaba, pero me lo tragué porque eran años duros y yo no quería ser la noticia.

Una vez un militar en una sede de Petróleos de Venezuela (PDVSA) quiso desenfuchar el cable de la cámara. Cuando lo ví, saqué el micrófono en señal de darle en la cabeza. Le dije: “Atrévete, pues. Atrévete a hacerlo para que veas”. Un fotógrafo captó el momento y por eso se supo, pero yo no lo hice por la foto sino porque tenía que defender mi trabajo.

Siempre he sido reservada con mi vida personal. Al fin y al cabo, es y quiero que siga siendo mía y privada. Sin embargo, me pareció que al ser mi proyecto la gente se merecía saber un poco más de quién soy, de cómo soy y de cómo trabajo. Durante años proyecté quizá una imagen muy fuerte, muy dura, porque era una coraza para poder trabajar en un mundo de militares, policías y políticos. Quería que me respetaran.

.-Y de repente descubrimos un lado muy sensible. Nos enteramos de que a Aymara Lorenzo le hubiera gustado triunfar en las tablas de un escenario, o escribir poesía o literatura.

.-(Risas) Sí, estuve en un taller de poesía con Edda Armas durante cuatro años. De hecho, escribí poemas (saca un cuaderno y me lo muestra), pero aquí están para mí. Nunca los he sacado a la luz. Supongo que eso me hacía vulnerable de cara a los demás. Hace muchos años quería hacer la Maestría de Literatura Latinoamericana en la Universidad Simón Bolívar, pero no tenía carro, así que la hice en la Universidad Central de Venezuela. Luego cuando tuve carro hice el de Ciencias Políticas en la USB (risas).

Al final, todas las decisiones de la vida te hacen ir por unos caminos y no tomas otros. Al graduarme en la UCAB me gané una beca para estudiar en Madrid, y no me fui por falta de presupuesto. Años después no me fui a estudiar inglés porque en el último momento me ofrecieron un trabajo. Así que el inglés que hablo lo aprendí aquí (risas). ¡Ah, bueno!, y mucho antes, cuando estaba en tercer año de carrera, lo dejé. Me salí de la universidad porque tan solo tenía 19 años y como que colapsé. Mi familia estaba en shock, yo era la mayor y había abandonado los estudios. Estuve en psicoterapia y me ayudó mucho a centrarme y saber lo que quería. Aunque no me dejó bien del todo porque sigo con un cable suelto (risas). Al año volví a la universidad y listo. Supere esa pequeña crisis.

La periodista asesora a empresas y portavoces que quieren mejorar sus herramientas de comunicación.
Foto: Guillermo Suárez.

.-¿Irte de Globovision también implicó una crisis?

.-(Cierra los ojos pensativa por pocos segundos.) La compra del canal fue en 2013 y hubo una estampida. Muchos compañeros se fueron y yo decidí quedarme porque pensaba que no había que ceder los espacios. Aunque ya mi cuerpo me había empezado a dar señales. Me enfermaba y me daban ataques de pánico. Ya se había perdido el respeto a los periodistas, antes en donde te pararas con tu carnet cualquier persona respetaba tu trabajo y todo eso con la violencia que había en la calle se fue perdiendo. Esto también afectaba el ánimo, pero yo seguía. Sin embargo, en febrero de 2014 el canal no dijo nada de la protesta de los jóvenes y los asesinatos. No apareció en pantalla. Como si no hubiera ocurrido aquello. Ese día pensé que ya no podía seguir allí, no podía ser cómplice de ese silencio. No iba conmigo. Así que renuncié y en Twitter hice la travesura de publicar mi comunicado, antes de que lo supieran todos en el canal. (Puede ver el tweet de la renuncia aquí. )

.-En tu reinvención digital estás apostando mucho. Has hecho una página web y potenciado tu canal de Youtube. Cuéntame de este reto.

.-El objetivo es poner mis talentos para ayudar a otros con lo que yo sé, y monetizarlo. Es un mucho trabajo y no estoy sola. Tengo un equipo de personas que son unos magos en sus áreas y que me han ayudado en el tema de marca personal, de posicionamiento, estrategia y lo relacionado del entorno digital y la gestión de mis redes sociales.

Mi conexión con la audiencia es como reportera y es por eso por lo que todos los miércoles hago un live en mi cuenta de Instagram ligado a la actualidad venezolana. A mí me gusta mucho hacer entrevistas y ahora con mi proyecto tengo la oportunidad de hacerlas como me dé la gana. Por eso, mi web show “Conéctate” son conversaciones diversas, de asuntos muy variados que me interesan. Puede ser un  testimonio de Covid-19, de reinvención, de qué es el reiki, la serendipia, o temas de búsqueda personal.

Con mi experiencia de tantos años frente a cámaras y micrófonos tengo mucho que aportar a personas y marcas interesadas en aprender a comunicar sus productos y servicios con claridad y profesionalismo. Hay muchas personas que lo ven fácil, que creen que pueden hacerlo solos, y a veces el resultado tiene muchas carencias. Por eso insisto en que comunicar es un arte, pero un arte que se tiene que estudiar porque tiene técnica. Entonces lo que busco es que mi cliente brille y saque lo mejor de sí. Te digo algo, aunque haga esto, nunca se deja de ser periodista. El que lo vive, lo es las 24 horas. Porque tienes el punto de vista crítico despierto siempre, porque en muchas conversaciones lo que haces es entrevistar a la gente. A veces mi esposo me está contando algo y yo le hago preguntas y me responde: “Estamos charlando. No me entrevistes”. (Se ríe.)  Así que también desarrollé un taller  llamado “Aprende a preguntar con propósito”.

.-¿Para cuándo tendremos el libro de ficción firmado por Aymara Lorenzo?

.- (Sonríe suavemente.) Escribir necesita tiempo. La pandemia me ha dejado algo que no había aprendido en 28 años, que es editar y hacer postproducción. Ahora yo con el teléfono hago de todo para mi plataforma web. Entonces en medio de esto, me di cuenta de que escribir es un acto solitario, profundo y de mirar hacia adentro. No sé si todos los días me quiero ver por dentro (risa sonora). Quizá por eso no he encarado de frente lo de la escritura. A lo mejor estoy siendo poco autocompasiva o muy exigente con lo que te estoy diciendo. Porque ayer justo me senté y lo hice. Escribí una crónica de cómo fue mi vacunación y lo que ví, lo que me disgustó. Sentía que no me podía quedar con eso por dentro. Sin embargo, en general he dejado pasar muchas oportunidades para escribir. Creo que parte del tema de que yo no coja el toro por los cachos es que lleva un trabajo de reconstrucción de mí misma como ser humano y no como periodista.

También te digo que todo el tiempo que tengo ahora es para mi proyecto personal y que tengo que escribir muchísimo: los posts, los textos de la página, las propuestas… Al final escribo muchísimo a diario. Además, he hecho un curso de acento neutro y estoy locutando textos y lo que venga.

Coordenadas de Aymara Lorenzo

www.aymaralorenzo.com

Instagram

Twitter

En la web http://www.aymaralorenzo.com pueden conocer otras facetas de la periodista.
Foto: Guillermo Suárez

Migrantes

Postales rotas

Briamel González Zambrano

Hace pocos días me enteré de que cerró el supermercado de portugueses cercano a la casa donde crecí en mi natal Puerto Ordaz y algo se me ha removido por dentro. La crisis económica también los ha agarrado por la pechera a ellos. Una familia de trabajadores inagotables. Se tranca la puerta de ese lugar con olor a una mezcla de lejía con embutidos y en cuyo aire acondicionado me refugié más de una vez para escapar de los 30 grados de temperatura habituales en Puerto Ordaz. 

Al super de los portus fui muchas veces con mis padres, me encontraba con amigos del colegio, con vecinos, con gente querida. También iba en bicicleta y era una aventura atravesar el “campito” de bicicross que hoy tampoco existe. Fue de los primeros sitios donde pude ir sola para hacer “los mandados”, es decir, comprar el pan, aceite, jamón y queso, Cheez Whiz o Harina Pan. Me gustaba siempre ver el trabajo de las cajeras y su botonera. Observaba cómo sacaban las cuentas, cómo corrían los productos por la cinta negra hacia su destino final que eran las manos de un joven embolsador, quien luego nos acompañaba hasta el coche y esperaba por su propina. “Algo para el refresco”.

Frente al “abasto”, como lo llamaba mi abuela, estaba el puesto de arepas de Mon, un colombiano que empezó vendiendo obleas en la zona y que con gran esfuerzo levantó su negocio que siempre estuvo lleno y al que yo volvía con ilusión. A Mon lo asesinaron unos malandros en marzo de 2015 y fue una conmoción en mi ciudad, para quienes lo conocimos y crecimos viéndole a él y a su mujer Carola detrás de la barra, atendiéndonos con afecto, preguntándonos por la familia y sirviendo unos jugos deliciosos y unas arepas inolvidables.

Sobre la misma acerca del supermercado estaba el kiosco de periódicos de una familia de chilenos. Allí mis padres compraban “El Correo del Caroní”, “El Nacional” y “Meridiano”. El olor del papel periódico se instaló allí de tal manera que, muchos años después cuando trabajaba en redacciones y bajaba a la imprenta, recordaba este kiosco por el aroma. A los chilenos yo les compraba barajitas para los álbumes de “Amor es” y del que estuviera de moda, además de chucherías, claro.

Recuerdo también cómo al otro lado de la ciudad, iba con mis amigas al abasto «La Española», donde la cajera se llamaba Pili (familia de los dueños) y saludaba a casi todos los clientes con su nombre de pila al tiempo que maneja la calculadora. Yo iba con mi amiga María Gabriela a comprar chiclets Adams de colores y Pepito. Allí también olía a embutido. Me pregunto qué será de Pili y de su memoria para la clientela. Google y mi prima me han confirmado que «La Española» sigue en pie. Por lo menos es una buena noticia.

Que todos estos comerciantes (los portus, los chilenos, Mon y Carola, Pili) sean migrantes habla de lo receptiva que fue Venezuela. De sus políticas de puertas abiertas no solo a europeos, sino también a personas que huyeron de las dictaduras que imperaban en el sur de América en la década de los setenta del siglo pasado y de la guerra que no ha dejado respirar saludablemente a Colombia desde hace muchas décadas. Como he dicho varias veces en el blog, los hijos de esos migrantes han hecho el camino de vuelta de sus padres o abuelos. Retoman ese viejo pasaporte y se van a buscar otra vida en esa tierra que habían dejado sus ancestros o en un tercer destino que les sonría y les pinte un escenario de paz.

Hace pocas horas, mientras cerraba la idea de este post, el gobierno tomó las instalaciones de El Nacional en Caracas, debido a una demanda interpuesta por el teniente Diosdado Cabello. Por suerte, los dueños salvaron el archivo físico y digital. No se sabe aún qué pasará con la sede. Trabajé en ese diario a principios de siglo, en otra vida podría decir. Hice amistades para siempre, aprendí, cometí errores, me formé y llevé ese carnet en el pecho con mucho orgullo. Mi época fue en la sede vieja de Puente Nuevo a Puerto Escondido. A este nuevo edificio solo fui de visita, porque yo ya trabajaba en El Universal. Duele igualmente por lo que significa que desde el poder se arrase con todo lo que huela a debate, a ideas y a democracia.

Siendo realistas, uno no espera que los espacios de la infancia se queden intactos para siempre. Eso no suele ocurrir. Lo que sorprende es lo abrupto de la demolición. Las razones por las cuales, de pronto, todo se borre y ya no haya ni super, ni Mon, ni kiosco y tampoco sede de un diario septuagenario. La crisis y los mandatarios desbarrancadores del país tienen toda la responsabilidad de que todo se nos vaya convirtiendo en una postal rota.

Te invito lector apreciado a que pienses en tu vecindario de la infancia, en qué queda de él y sonrías por lo bonito que se vivió allí, que eso no nos lo pueden robar.

Un supermercado cualquiera en la Venezuela de hoy

PS: También te puede interesar este post sobre las casas de la infancia -> Fachadas

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El país es

Briamel González Zambrano

El país en un sobresalto. Una taquicardia. Un reflujo que te despierta en la madrugada, te hace tener pesadillas y te da la sensación de que vas a vomitar fuego.

El país es una interrogante. Cuando nos preguntan sobre él no sabemos explicar bien lo que ocurre porque hay que dar contexto histórico, causas, consecuencias, características. Así como nos enseñaron en el colegio.  Describir, pintar y contar un país cuando estás lejos para que tus amigos comprendan la ignominia y el terror. Para que les quede claro que no hay ropaje ideológico que justifique la inseguridad, la violencia, el hambre y la megainflación.

El país es oscuridad. Dejaron al 70% del territorio sin suministro eléctrico, generando caos, angustia, pérdidas y dolor. Soy del estado Bolívar, donde están las centrales hidroeléctricas más potentes y este escenario de tinieblas no nos extraña porque sabemos de la falta de mantenimiento de turbinas, sistemas e infraestructuras. En algunas zonas persisten los apagones y no se augura pronto una solución general. Las consecuencias de las fallas de electricidad están siendo tremendas y devastadoras para todos. Leo que a la gente se le está quebrando la salud, el ánimo y las emociones.

El país es sombra e insomnio. Con la detención de activistas y periodistas acusados en programas de la televisión pública, sin pruebas, sin delito, sin debido proceso y con mucha saña.  Ver la fuerza de portavoces de todo el mundo exigiendo libertad da sosiego. Ver que los dejen libres devuelve el alma al cuerpo.

El país es luz. La contrapartida del corte eléctrico y la ignominia es la esperanza rabiosa de la gente. La ilusión y terquedad furiosa del que sigue allí para ver el final del horror, contarlo y participar en la reconstrucción.  El brillo de venezolanos que tienen proyectos pintados, escritos y en su cabeza para cuando el oprobio se acabe. La fuerza que veo en amigos queridos que saben que hacer refulgir al país decente tomará tiempo, pero no les importa porque quieren hacer  y estar ahí.

El país es resplandor porque en todos los lugares del mundo a donde ha llegado un venezolano se está contando esta historia de infamia que vive Venezuela y a la vez se muestra el tesón de quienes nos hemos ido y trabajamos por integrarnos en nuevas culturas sin olvidar la nuestra.

Me aferro al brillo, a la esperanza. No como un acto de negación del ultraje y la indolencia. Sino como reafirmación de que podremos acabar con eso. El país es eso también. La insistencia en que todo puede ser mejor.

Las centrales hidroeléctricas están ubicadas en el estado Bolívar.

 

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Los retornados

«Me voy para volver.
Vuelvo para irme.
 Y así he vivido.
Sin acabar de irme.
Sin poder quedarme.
Sin saber por qué»

Fernando Vallejo

Briamel González Zambrano

 

Miles de inmigrantes desembarcaron en La Guaira sin saber a dónde habían llegado

Me conmueven mucho siempre las historias de los inmigrantes que pasaron décadas en Venezuela y ahora han vuelto a sus países de origen debido a la situación actual. De verdad se me saltan las lágrimas al escucharlos hablar con profundo amor de aquel país que los recibió y cobijó por décadas.  Quieren, añoran y sueñan con ese lugar que, para mí ya no existe, ya no es.

Siempre que tropiezo con alguno de ellos los entrevisto, les pregunto sobre su llegada allí, sobre lo que hicieron, lo que construyeron y lo que vivieron. Les pido que me cuenten cómo conocieron a su pareja, si criaron a sus hijos con las costumbres del lugar de origen, si volvieron de visita a sus casas. Me relatan esos desembarcos en La Guaira, ese clima tropical que desconocían, ese sol picante que les hizo brotar más pecas y ese mar Caribe caliente. Adoptaron a un equipo de béisbol local, casi siempre a Los Tiburones de La Guaira. Se hicieron amigos de sus paisanos, construyeron su empresa: un taller mecánico, un supermercado, un vivero, un restaurante, un comercio de cualquier ramo en medio de un país pujante, boyante y vibrante.

Ahora vuelven a su terruño en  Europa (Italia, España y Portugal principalmente) y en otros países de América Latina (Chile, Ecuador, Perú, Colombia) con la desazón de dejar atrás aquello que construyeron con tanto sudor. Vuelven tristes, apretando su lata de galletas llena de fotos sepia de cuando eran jóvenes e inexpertos. Sin ganas de usar el abrigo, viendo siempre las noticias de Venezuela. Sin entender la política de su país de origen. Se deprimen, pero se sobreponen por sus hijos, por sus nietos. Sus miradas se humedecen en cuanto les pregunto por sus años en la Venezuela del pasado, la que ellos disfrutaron.

«Todo era alegría y calor. Nunca aprendí a bailar, pero lo hacía con los ojos,  al ver a los venezolanos. Me fui de Galicia siendo una adolescente. Todos los días pienso en Venezuela. Pasé 52 años años allí antes de volver a España. Cin-cuen-ta y dosss. Así que ¿quién es más venezolana, tú o yo, carajita?», me dijo una gallega con sonrisa tristona, su acento marcado y mirándome a ojos.

Abrazo a  todos los padres de mis amigos inmigrantes que vivieron en Venezuela, a todos mis panas que ahora vuelven a las tierras de sus abuelos para hacer lo mismo que ellos, buscar un futuro. Esta vida cíclica de ida y vuelta nos está enseñando mucho a todos. Sigamos aprendiendo y oigamos las historias de aquellos que fueron a nuestro país, siempre tienen algo bueno para contarnos.

PS:  Mi recomendación de la semana es que escuchen este programa de Radio Ambulante. Hablan los periodistas Sinar Alvarado y María Gabriela Méndez sobre migración venezolana , el país que fue, cómo es irse, cómo es regresar.  Denle al play: Radio Ambulante: Boom y colapso.

 

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Razones para creer

Briamel González Zambrano

Tengo una visión muy pesimista sobre Venezuela y su posible salida de la crisis económica, política y social. Creo que se puede conseguir, pero que es un proceso largo y tan complejo que llevará mucho tiempo. Tanto, que no creo que yo lo llegue a ver. Seguramente lo harán mis descendientes.

Siempre he pensado que nuestro problema como nación, y también la solución, radica en nosotros. Me refiero a nosotros los venezolanos como ciudadanos, como personas que conciben un país distinto, mejor. No me interesan los paisajes, ni las playas, ni las montañas como argumentos para tener un buen país. Sobre todo porque nada de eso lo ha hecho ningún venezolano. Estaban ahí desde antes.

 

Más allá del chavismo y del madurismo está la gente. Está ese que se colea cada vez que puede, que pasa el semáforo en rojo siempre, que toca la corneta e insulta en un atasco. Prolifera el que ve siempre la manera de convertir un trámite en una mafia para sacar un beneficio económico: trapicheo de medicamentos, de comida, de pasaportes, de partidas de nacimiento, de artículos de aseo personal. Está el que lanza la basura en la playa, en las plazas, en el metro porque ¿total? los espacios públicos no son nadie. Ignoran que son de todos. Están los funcionarios públicos que se van acostumbrando a trabajar uno o dos días a la semana y cobrar el mismo sueldo que devengaban cuando tenían su horario completo. Está eso llamado “viveza criolla” que, por cierto,  aquí tiene su versión española llamada “picaresca”.  Finalmente es un tema de educación que demorará mucho en reconducirse.

Pese a todo lo anterior, tengo que decir que no me siento a gusto teniendo esta percepción. Aunque me parezca muy realista y la sienta desde antes de haberme ido del país. No me gusta pensar que Venezuela se ha convertido en presa de esos protagonistas, los “vivitos criollos” , los pillos, los malandrines, los sifrinos ladrones, los bolichicos. Más que nada porque, como todo, tiene también un “lado B”. Es decir, hay una versión del venezolano cumplidor, trabajador, respetuoso, educado, responsable, emprendedor. Quizá hace menos ruido que los otros, pero está ahí con sus latidos, con su invención, con sus ganas de que la pesadilla acabe.

Creo en la fuerza de los pequeños emprendedores y artesanos como Iraida, la autora de esta muñeca que tengo en Madrid

Laureano Márquez repite insistentemente que aquél es el país de Uslar Prieti, Andrés Bello, Jacinto Convit, Francisco de Miranda, Teresa de la Parra, Lucila Palacios, Teresa Carreño. El país de quienes hicieron el puente sobre el lago de Maracaibo, la represa de Guri, el teleférico de Mérida, la Universidad Central de Venezuela. Dice que cómo vamos a perder la esperanza teniendo estos antecedentes. Sin embargo, esta retahíla me es insuficiente porque me resulta lejana. Así que decidí buscar mis propias razones para creer…Honestamente he encontrado muchas y aquí se las comparto como un pequeño bálsamo:

  • Los médicos y el personal sanitario. Siguen en pie de lucha en hospitales donde no hay ni algodón. Arriesgando sus vidas por los temas de bandas violentas que llegan tiroteando. Los galenos que siguen enseñando en los hospitales universitarios. Viendo a sus pacientes desnutridos y sin medicamentos. A todos ellos un aplauso.
  • Las madres. Su fuerza, su empuje y su entrega mueven a tanta gente. Las madres venezolanas de todos los estratos. Son tenaces, insistentes, corajudas. Hacen colas tremendas para los alimentos, las medicinas, los pañales de sus hijos. No les importa pasar hambre con tal de que sus hijos sí coman. Las madres en todos sus colores, en todas las clases sociales están ahí en las trincheras de la lucha diaria. Las madres, siempre las madres. Los abuelos que,pese al pésimo internet, hacen todo para ver  a través de una camarita a sus nietos que viven lejos. (Este punto lo tenía pensado y lo olvidé al escribir esta entrada. Me lo ha sugerido, cómo no, Ariana Arteaga Quintero).
  • Las Organizaciones No Gubernamentales. Los que se dedican a buscar medicinas, a ayudar a pacientes oncológicos, con VIH, con diabetes, con todo tipos de enfermedades crónicas. A quienes pasan sus días asesorando a familias víctimas de la violencia social y política. A los que ayudan a las madres adolescentes,  a los indígenas, a las adictos y a los indigentes.
  • Los maestros. Con sueldos vergonzosamente bajos. Con pizarras, programas educativos y técnicas caducas, pero con toda la ilusión de formar a sus alumnos. Los he visto. Tengo familia y amigos docentes. Su fe es inquebrantable.
  • Los periodistas que siguen en el país. A pesar de los salarios devaluados, a pesar de las condiciones durísimas para obtener la información, a pesar de lo peligroso que es ejercer, continúan viviendo y trabajando en Venezuela. Buscando datos, fundado nuevos medios digitales, actualizándose. Dándolo todo.

 

Creo en mis amig@s en Caracas que resisten, que hacen cosas increíbles por la ciudad, por los demás.
  • Ciertos jóvenes políticos cuyos discursos erizan la piel y a quienes no les ves los vicios de la vieja política. Dejan sus años, su esfuerzo y su salud en cada cita electoral, en cada acto. Ojalá les merezca la pena.
  • Las editoriales. He visto desde lejos el nacimiento de varias casas editoriales en un país donde no hay papel para los periódicos ni para nada. Siguen creyendo en la literatura y en los escritores. Organizan ferias del libro y actividades culturales extraordinarias.
  • Los artistas plásticos, creadores, músicos, humoristas y también los pertenecientes a nuestra menguada farándula. Ahora hacen teatro y recorren las grandes salas de colegios del país y llevan entretenimiento a quienes pueden pagar la entrada. Mi hermana, por ejemplo, es cantante de ópera y no para.
  • Las grandes empresas que resisten la inflación y todo el desastre económico. Esas empresas que son referencias del país por  trasladar valores a sus empleados.  No diré el nombre de ninguna, pero usted puede imaginar cuáles son.

 

Creo en la generosidad de mis amigos del colegio en Puerto Ordaz que, a pesar de habernos graduado hace muchos años, se ayudan todo el tiempo.
  • Los que recorren el país para mostrar sus maravillas naturales en la tv, en la radio, en la prensa y que luchan para que no se desvanezca el turismo en un país lleno de escenarios extraordinarios, pero asaltado por delincuentes y estafadores. Un país petrolero donde las carreteras está rotas y donde te pueden robar, el parque automotor de autobuses está deteriorado, los vuelos nacionales e internacionales están reducidos. La gente que quiere preservar el turismo merece también un aplauso. Por su empuje, por sus ganas, por su pasión.
  • Los productores agropecuarios. Siembran, siembran y siembran en condiciones tan adversas, con márgenes de ganancia ínfimos, con todo en contra. Allí siguen buscando en las extrañas de la tierra lo que pueden ofrecer.

 

  • Todas las personas anónimas que están reconvirtiéndose y resistiendo en el país. Que son emprendedores y están haciendo camisetas, bisutería, repostería, artesanía, comida, flores y muchos productos hechos a mano y de mucha calidad.

 

  • Los profesionales que ahora tienen hasta tres trabajos para poder alimentar a su familia. Ingenieros que al salir de la empresa hacen tortas en su casa y venden helados. Profesores que son taxistas al salir de dar clases , abogados que van de los tribunales a su venta de arepas. Todo al mismo todo. Buscándose la vida.

 

  • Los estudiantes. No hay mucho que explicar sobre ellos. Arriesgaron sus vidas ante un gobierno que les mostró sus dientes y sus armas.
  • Los intelectuales que allí siguen. A lo mejor su labor no se siente, pero sé de muchos que están permanentemente pensando en una transición y en lo que harán para colaborar cuando ese momento llegue. Ellos están pensando el país del futuro. Están tramando ideas para verlo resurgir. Están escribiendo y creando, siempre.

 

  • La fuerza y las ganas de quienes nos fuimos. A lo mejor muchos no volvemos, pero ofreceremos nuestro talento (si es que contamos con alguno) y nuestras herramientas para hacer cosas por la reconstrucción del país. Eso será así, desde donde estemos. Es un pequeño acto de fe. Es así.
Estas son mis razones. Me gustaría conocer las suyas, si las tienen.

 

¡Gracias!
PS: Mi lectura recomendada de esta semana es -> «No hay olvido posible cuando el país que dejas te persigue»

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Entre agobio y la ilusión de país

«Hay exilios que muerden y otros
son como el fuego que consume.
Hay dolores de patria muerta
que van subiendo desde abajo,
desde los pies y las raíces
y de pronto el hombre se ahoga,
ya no conoce las espigas,
ya se terminó la guitarra,
ya no hay aire para esa boca,
ya no puede vivir sin tierra
y entonces se cae de bruces,
no en la tierra, sino en la muerte».
Pablo Neruda. «Exilios» de Cantos Ceremoniales

 

Briamel González Zambrano

Amanecer con el teléfono ensangrentado cada mañana desde hace meses forma parte de la rutina de los venezolanos. No importa dónde vivan. Imágenes, vídeos, audios, inundan su móvil, sus redes sociales y sus pensamientos. Existen decenas de maneras de ayudar desde lejos, pero no hay ninguna fórmula disponible para arrancarse esta angustia, estos latidos, este sinsabor y sinsaber de cómo siguen los acontecimientos, las protestas, la escasez, la inflación. Este cóctel malévolo que nos quita el sueño y nos mantiene atentos.

Hay días que arrancan toda posibilidad de esperanza, encuentro, o luz. Días de tanta violencia que no lo puedes creer, que no lo quieres creer y que los escenarios conocidos, el acento de las personas y el agobio de tus familiares te confirman que eso está pasando allí, allí donde naciste, allí donde creciste, allí donde cubriste información. Hay días que son hartazgo porque no se ve solución posible. Entonces nos queda leer, escribir, escuchar cierta música, hablar con ciertos amigos y volver a leer. Resulta agotador tratar de explicar a los no venezolanos todas las aristas de este conflicto. Resulta aterrador, permítanme por favor este inciso audiovisual, ver la serie «Pablo Escobar: El patrón del mal» y pensar en el narcoestado instalado en mi país. Eso es un escalofrío en la espalda.

El optimismo, sin embargo, es terco, caprichoso y vuelve como una olita suave. Vi a los padres de una amiga del colegio y me dijeron que el país se podría recuperar en 5 años. Ves a la gente luchando, dejándose la piel, soportando las adversas condiciones económicas e insistiendo con fe. Entonces dan ganas de abrazarlos y llega un respiro. Y así vamos, entre el terror y la luz, entre el agobio y la ganas de cambio, entre la hartera y la ilusión. Que gane la esperanza y que lo haga pronto.

PS: Un par de cosas para cerrar:

«La Rorra en el teclado» cumplió 4 años el pasado 27 de junio. Gracias a todos ustedes, lectores, por seguir mis hileras de pensamientos, confesiones y digresiones. Gracias por sus comentarios, sugerencias y objeciones.

Ese mismo día, la asociación Venezuelan Press celebró en España el Día del Periodista. Obtuve el tercer lugar en el concurso de relatos «Miguel Otero Silva». En el texto hablé de los medios y de los periodistas, de su papel ahora y en el futuro. Agradecida con Venezuelan Press por el reconocimiento.

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País-duelo

En las últimas semanas se me ha hecho muy patente la pena y cierta lástima que despertamos en los demás cuando decimos: «Soy de Venezuela». Cambian los gestos y la mirada del interlocutor y en seguida llega un discurso de tristeza. Parece que el gentilicio se ha traducido en una condolencia automática y solidaria.  «I am deeply sorry about that«, me dijeron repetidas veces en un foro internacional reciente. Hay gente que se tapa la boca como en señal de sorpresa y hasta te quiere abrazar apretado.

Luego de que te saben venezolano, te preguntan si tu familia sigue allí, te conminan, cómo no, a sacarla cuanto antes de aquel lugar que desconocen, que solo han visto en las noticias, pero que tienen la certeza de que está en guerra. El interrogatorio no para, ni tampoco ciertas sentencias: «You have oil and hungry people at the same time. I dont understand», me dijo otro. Me apetecía decirle: «Ayyyy mejo. Yo tampoco entiendo nada. Solo sé que duele como una muela con el nervio taladrando el cerebro». Sin embargo, solo asentí.

La guinda ya del lamento la puso un guardia del aeropuerto de Santa Cruz de la Sierra en Bolivia que, mientras revisaba sin guantes mi maleta de mano y auscultaba entre mis sujetadores , mi cepillo dental y miraba la foto de mi pasaporte,  me dijo: «¿Periodista y de Venezuela? ¿Cuándo se va a acabar aquello? ¡Se tiene que acabar! Dan mucha lástima, eran los ricos y ahora no tienen nada». Como ese diminuto uniformado tenía mi documento tan preciado en sus manos, solo atiné a decirle: «¿Quién sabe? ¿Puedo pasar ya al avión?».

Hoy la gente ha salido a la calle a marchar para reclamar su derecho a revocatorio y me acuesto con menos sensación de pésame. Sé que algunos dirán que manifestando no se logra nada, pero yo estoy lejos y es lo que haría si estuviera allí. Eso y escribir, como ahora mismo. Hoy he visto, en fotos, sonrisas en medio del cansancio y de la tragedia cotidiana de no conseguir comida o encontrarla a precios impagables. Hoy vi por primera vez la imagen del bebé caraqueño recién nacido de una amiga.  Hoy el pesar es un poquitito menos y quiero que se acabe ya esta sensación de país-duelo. Ojalá tenga en breve hechos que me permitan aniquilarla.

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Arianna Arteaga: La comeflor que busca y encuentra lo hermoso de Venezuela en medio del caos

Briamel González Zambrano

Nos vemos una mañana de agosto en el vestíbulo de un hotel que nos guarece del aplastante verano madrileño. Arianna Arteaga aparece puntual, me da un abrazo (como si nos conociéramos de siempre) y pide al camarero: “Un café intravenoso, por caridad”. Él sonríe y al rato cumple el deseo y le trae la taza a la pequeña mesa en donde ella se mete en el papel de entrevistadora y empieza preguntándome con su voz dulce y su acento caraqueño: “¿Cómo estás? ¿Cuánto llevas aquí? ¿Te va chévere, mi amor? Tu nombre me suena mucho. Seguro te he leído por ahí”.

La Rorra le había pedido unos minutos a esta periodista, fotógrafa y bloguera de viajes venezolana para conversar sobre qué significa recorrer la Venezuela actual, qué la trajo por Madrid y qué experiencias comparte con los compatriotas venezolanos que se encuentra en sus aventuras alrededor del mundo.  Ella, divertida y con el desparpajo de acompañante, aceptó la invitación ipso facto. Con Arianna inauguramos la serie #PasanPorMadrid, que serán entrevistas a venezolanos que nos visiten.

A sus preguntas iniciales le contesto, le hablo de La Rorra en el teclado y de que pertenezco a la asociación Venezuelan Press (que reúne a periodistas venezolanos residentes en España). Paso pronto a ser yo quien interroga a esta trotamundos inagotable y experimentada. Ella que se declara contemplativa, autora del blog La pequeña comeflor, que separa en sílabas las palabras cuando quiere hacer hincapié en sus emociones y que además, se permitió el lujo de llamar en su cara “negra mojona” a La Rorra en el teclado.  A-LU-CI-NAN-TE.

.-Entiendo que estás por Madrid por trabajo por el proyecto 3 Travel Bloggers . Cuéntame de esa experiencia.

Es un programa en el que trabajo desde mayo de 2015. Somos 9 blogueros de viajes y visitamos destinos de 3 en 3 en América Latina y ahora con Madrid inauguramos Europa. José Luis Pastor, mi jefe y creador del proyecto, me llamó una primera vez y dije que no porque tenía mi propio show web llamado Al Aire Libre, un programa de televisión llamado La Cocinita de Babel, donde entrevistaba a extranjeros que viven hace muchos años en Venezuela y les preguntaba sobre cómo hacían los platos de sus países de origen.

.-¿Qué pasó con esos proyectos? ¿Cuándo dijiste que sí a 3 Travel Bloggers?

Yo dejé la puerta abierta y la segunda vez que me llamaron estaba en un punto de quiebre en mi vida. Me acababa de divorciar, los patrocinantes no me habían renovado los contratos.  Me quedé  sin trabajo y preguntándome: “¿Y ahora qué, jeva?”. Me llamaron otra vez y dije que sí. ¿Sabes? Antes de que Venezuela estuviera en una situación tan complicada, yo siempre quise hacer el trabajo de mi mamá (la periodista de viajes Valentina Quintero), pero en Latinoamérica. Lo quería hace mucho. Antes de tener este apego con mi país tan de enfermo terminal, en vez de amante saludable. Luego todo cambió y decidí que Venezuela era mi fuente, mi arraigo y el lugar que yo quería mostrar.  Ahora apareció esta oportunidad y la estoy disfrutando mucho. Me dio mucha tristeza que fuera un proyecto en el extranjero el que me salvara de ese momento tan difícil. Sin embargo, ha sido una experiencia extraordinaria y mis seguidores han sido tan generosos. Me dan consejos, sugerencias, se alegran de que yo visite sitios y que represente a Venezuela. Estoy encantada. Me veo recorriendo estos lugares y me doy con una piedra en los dientes y me digo: “¡Qué trabajo tienes!”. Hemos ido a Medellín, Botogá, Cali, Lima, Quito, Galápagos,  Manaos, San Salvador y ahora Madrid.  Además, como ahora en todas partes hay venezolanos, ellos descubren conmigo sus ciudades y es muy divertido.

Arianna Arteaga en faena fotográfica

.-¿Cómo ves la relación de los venezolanos que viven fuera con Venezuela?

Es muy dura, muy difícil porque ustedes no tienen oportunidad de ver las cosas bonitas. Quienes vivimos en el país, estamos inmersos en la tragedia, sin duda, pero hay gente que sigue trabajando muchísimo. Hay  expresiones de solidaridad que son bellísimas, podemos reencontrarnos con  la naturaleza, con los posaderos que son unos tercos porque de verdad quieren atender a la gente. Tienes oportunidad de ver cosas lindas. Si las buscas, claro. Reconozco que también es una cuestión de actitud. De encontrarte con una Venezuela maravillosa que sigue latiendo, con una inmeeeensa capa de mugre, desidia, corrupción, eso sí, pero hay una Venezuela que subyace, que está allí y que necesita su espacio.

.-¿Te han acusado de evadir la realidad al exponer estos argumentos? Quiero decir, por estar siempre viendo bellezas  en medio de la catástrofe. 

(Pone gesto serísimo por primera vez). ¡Uffff! Muchísimo, pero siempre respondo que la realidad es mucho más amplia, más compleja. Cuando me dicen que me evado porque veo lo bonito, NO es verdad, pana. Eso que yo cuento, los paisajes y las personas que están haciendo cosas hermosas también es realidad y está pasando y tiene que contársele a la gente. En este caos, en medio de este mierdero, también hay  que cosas buenísimas que  pasan todos los días y que son pequeños instantes de luz. ¡Todos necesitamos de esa luz! Mi blog se llama La pequeña comeflor. Eso ya es una declaración. Lo mío es la contemplación. Yo no engaño a nadie, me la paso viendo las maticas, los paisajes, los atardeceres, las cascaditas, las playas, las montañas.  Me gusta ver y contar eso.

Una foto de Los Roques (Venezuela) por Arianna Arteaga

.-¿Qué tal la experiencia de ser profesora de fotografía en la Escuela Foto Arte? ¿Qué te han ofrecido esos viajes con alumnos alrededor de Venezuela?

Eso es bellísimo y a eso también dije que no al principio (risas). La fotografía fue un instrumento, una afición, una pasión. Tenía una suerte de baja autoestima de fotógrafa. Ni me sentía fotógrafa profesional, aunque a veces me pagaban más por mis fotos que por mis textos. Me ofrecieron dar clases y lo veía imposible porque me la paso de un lado a otro. No me imaginaba en un aula. De repente, hice la propuesta de hacer viajes con estudiantes de fotografía. Me la aprobaron y ya llevamos cinco años haciendo los “Destinos Fotoarte”. Además de ser una maravilla la docencia, ha sido una estupenda de experiencia-país. Mis alumnos se reencuentran con el país, se reenamoran de su luz, sus aromas, sus sabores, de su tierra, de su gente. Creo que es lo más bonito. Son quince personas y tengo la oportunidad de encontrarme con las cosas bonitas de Venezuela. Cuando me llevo a este pequeño grupito ellos también pueden vivirlo directamente. Cuando ellos están conmigo y lo ven, yo les digo: “Ahí lo tienes”. Este año voy a celebrar el aniversario en La Laguna de Ologá y en Congo Mirador (ambos en Zulia) donde todo empezó.

.-Vendes tus fotografías en el exterior.  ¿Cómo te ha ido con eso?

Muy bien.  Inclusive vendiéndolas desde Venezuela y haciendo los envíos por paquetería internacional. Hago envíos a Doha, al polo Norte, a Noruega. Llegan estupendas a sus destinos. Nos ha ido maravilloso porque hay mucho venezolano viviendo fuera. Mis fotos de verdad son pedacitos de mi ser. Esa decisión del “click” es para mí crucial cada vez que la hago, son  momentos especiales para mí. ¡Son instantes en los que dejé el alma, jeva! Es mi alma viendo a través de este lente. Estas fotos que vendo son firmadas con mi propia manito, el certificado yo lo hago, todo a mano. Le escribo: “Trátela con cuidado”. Quiero enviarles mi cariño, dejarles un abrazo, mandarles mi afecto profundo desde el país que a ellos les dolió tannnto dejar…

 

(Pausa para respirar de La Rorra. Repentinos e inesperados ojos vidriosos.  La última frase ha sido un puñal afilado rozando órganos vitales y sin intención. Una sensación inopinada. Un desarme. Una estocada. Aprentando los labios fuerte uno contra otro. Dedos en las pestañas inferiores para detener una lágrima. Arianna lo nota.  También pestañea rápido, solloza y suelta: “¡Ay ,mi vida!”, y se pasa la mano por su lacrimal derecho.
Yo intento recuperar rápido la compostura y retomar el hilo de la conversación. Le pido disculpas y le digo que tal cosa nunca me había pasado en muchos años de reportera y que ha sido muy cursi. Sigo preguntando.)

.-¿Cómo es la relación de los venezolanos con los que te encuentras en los viajes, aparte de esto que acaba de ocurrir?

Yo estoy clara en que ser hija de mi madre significa asumir cosas abrumadoras. A veces me provoca decir que solo soy una tipa que viaja. Una niña normal. Yo salí de ella, pero nada más. En el fondo sé que significo mucho más que eso. La gente cuando me ve es como si se encontrara un pequeño tepuicito y me quiere abrazar. Es bonito. En Quito fuimos a hacer el recorrido de los seis templos y puse en las redes que se acercara el venezolano que estuviera por allí y que quisiera. Estaba una familia con la mamá que tenía dos años sin ver a sus hijos. Nos vimos y nos pusimos a llorar. Así, como nosotras ahora. (Ríe suavemente y me mira a los ojos.)

.-Y eso va a seguir pasando…

Me pasa en un montón de lugares. La gente me abraza. Me besa. Y a mí me conmueve mucho, porque siento que les regalo un poquito de esperanza, o un poquito de la calidez que… que…

.-Que somos o que fuimos, no sé…

Sí, que somos y que extrañan. La gente cuando recibe su fotos me manda correos, me manda fotos de la foto, de dónde la montaron, el orgullo que sienten al verlas. Gente que a veces quiere justificarse por haberse ido. Y no, eso es una decisión tan personal, tan válida, soy incapaz de juzgar a nadie. Irse es difícil y quedarse también.

.-Y es un debate tan fútil y estéril…

También. Con todo lo que hay por hacer, cada quien siga luchando desde donde esté.

.-Con todo lo bonito que hay, no me atrevo a recomendar a mis amigos españoles que visiten Venezuela  por temas de seguridad. Eso me hace sentir mal, pero es así.

Yo misma digo que todavía no. Salvo en ciertas condiciones. Canaima, por ejemplo, está bien y se puede planificar un tour con medidas seguras. Lo que no se puede es a la cañona, pero con un tour organizado sí.

Eso que te pasa es natural, pero también creo que hay una sensación muy loca. Es como que hablar bien de Venezuela, de invitar a ciertos lugares para conocer sus bellezas, fuera prácticamente justificar al chavismo.

.-¿Tú crees?

Sí, hay esa sensación. Si ves los periódicos chavistas eso es Disney. Hay esa idea de que la única manera de denunciar las atrocidades del chavismo es  hablar de los desastres. Entonces nos hemos convertido en unos pésimos embajadores. Parece que tenemos que decirle a la gente que no hay papel de baño, que se va la luz, que no hay nada. Y no, me niego. Hay expresiones bellísimas de solidaridad con desconocidos, de afecto, de profundo amor. Historias que enternecen en la calle. Gente que habla con los demás sin conocerlos. La gente se mete en las conversaciones sin saber quién eres. Me encanta, lo amo.

.-¿Lo amas? Algunos no entendemos eso. Digamos que no conectamos con esas conversaciones espontáneas en una cola o en una ascensor, en un avión,  o donde sea… No lo hacemos para nada.

¿Quéeeeee? En este sentido, yo soy pro-fun-da-mente  venezolana. Yo en un supermercado le pregunto a una señora una receta. Yo me pongo de toooda la vida con el señor de la cola, con el que me pregunta una dirección. Con todo el mundo.

.-Yo para nada… Contesto la hora y lo justo que me preguntan.
(Ríe.) ¡Es decir, que eres una negra mojina, bueno, mojona más bien!

(Reímos las dos.)

Puede ser…

¿Qué les dices a los venezolanos en el exterior que quieren tener una relación saludable con el país?

Que los países son construcciones. El país está en ti. Búscalo aquí (y se señala el pecho).

COORDENADAS
Arianna Arteaga
Instagram: Arianuchis

 

Twitter: Arianuchis
Interesados en comprar sus fotografías pueden escribir al correo gabo@fotosarianuchis.com y les enviarán el catálogo.
Una foto del Roraima por Arianna Arteaga